A través de las ondas

Supongo que hay una época en la vida en la que uno es capaz de todo. Bueno. Hubo una en la mía en que también hice radio, y hoy, día internacional de la misma, me apetece rememorarlo.

Estuve una temporada en la emisora municipal de mi pueblo, durante unos meses, con un espacio musical de solo media hora los sábados por la mañana, y ese verano, conduje un magazine de tres horas todas las tardes, hasta que nos cerraron el chiringuito. Fue el tiempo en que las esforzadas emisoras locales molestaban porque se comían la banda, o algo así, y nadie tenía en cuenta el trabajo que se hacía en ellas, el canal que abrían con el entorno al que representaban, la vía de comunicación que a través de ellas hallaba la gente que las escuchaba.

Era cuando los locutorios estaban forrados de hueveras para insonorizar, cuando apenas cabíamos en ellos, cuando el técnico contaba con un diminuto espacio para manipular sus máquinas maravillosas. En el gallinero de nuestro ayuntamiento, tras una escalera de película de serie B, escondidos y envueltos en un halo que casi rozaba la clandestinidad.

Ninguna supuesta incomodidad importaba. Todavía recuerdo el cosquilleo en el estómago antes de salir al aire. Como no veía la luz verde, el técnico, Juan Carlos, me avisaba con su voz en mis auriculares, tres, dos, uno, y abría micro. Y mi voz saltaba a las ondas un poco temblona al principio, luego adoptando la seguridad necesaria para sentirme a mis anchas.

Un espacio musical no tenía mucho misterio. Llevaba programado lo que iba a sonar, pero también recibía peticiones por teléfono. Eso sí, teniendo en cuenta el carácter local de la emisora, no siempre podía librarme de la señora Dolores, por ejemplo, que cuando sabía que estaba en antena, preguntaba por mis padres, para mi sonrojo. El magazine era otra historia. Tenía detrás todo un trabajo de producción que yo misma realizaba, la preparación, el montaje. Entrevistas, reportajes sobre diversos temas, música, entretenimiento. Para no sentirme tan sola en el estudio, me inventé a la abuela Palmira, un personaje que me acompañaba y metía baza cuando le parecía, o hablaba con los oyentes que llegaron a tenerle cariño, incluso algunos creyeron que existía de verdad. La voz la ponía yo, por supuesto.

Hacia el final del verano comenzaron a amenazarnos con cerrar, y poco a poco fuimos perdiendo el entusiasmo, porque luchar contra el sistema no servía de nada. Terminamos con una radiofórmula, últimos coletazos, hasta que la Generalitat nos silenció. Fue una triste despedida. Después me ofrecieron un par de opportunidades, en Radio Salud y en Onda Cero Vilanova, pero ya había pasado el momento, y no acepté porque estaba en otras cosas. Creo que me arrepiento. Me habría gustado seguir en la radio, aunque quizás me habría venido grande estar en emisoras de semejante calibre, sin preparación oficial. De todos modos, habría aprendido y seguido adelante, de eso también estoy segura.

Me encantaría volver a la radio, pero no conduciendo yo, sino como colaboradora. Feliz día a los amantes de este medio maravilloso.

Fue el verano de Life is live, vídeo oficial.

¡Qué recuerdos!

Autor: Marta Estrada Galán
Dicen que algunos niños nacen con un pan bajo el brazo. Yo asomé al mundo con un libro y un cuaderno, solo que no me enteré hasta que a los once años comencé a devorar novelas y a escribir historias como si no hubiera un ayer en que también podría haberlo hecho. Luego llegó eso que llamamos vida, donde entre lectura y lectura, me convertí en lo que soy: escritora, aficionada a los paseos, a mantenerme en forma, al canto y al radioteatro, integrante de un coro y madre a tiempo total. Convivo con mis dos hijos, mi gata Nara y mis amigos que, aunque en la distancia, siempre están a mi lado.

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