«2022 será un buen año», pronostiqué a finales de 2021. Aparte de mi salud y la de mi gente, que se va conservando y de la publicación de mi última novela, tendré que aferrarme a esas pequeñas cosas que hay que rebuscar en el día a día para flotar en el mar de acontecimientos y no concluir que me equivoqué de medio a medio. Siempre digo que es mejor no forjarse expectativas, así nos ahorramos las decepciones y los disgustos. No supe llevar a buen puerto mi propio consejo, y así me ha cantado el gallo. Pero la intención de esta entrada no consiste en enumerar pequeños y grandes desastres, minúsculos y mayúsculos fracasos, magnas y diminutas tristezas. No se trata de poner en la balanza el ganar y el perder, que el platillo se me caería del lado feo.
No soy una persona ni negativa ni pesimista, aunque a veces los vientos de la vida se empeñan en zarandearnos. Suelo nadar con presteza, ya sea más o menos torpemente, hacia la superficie de cualquier suceso que se empeñe en mantenerme por debajo del aire. Los demás me tienen por una persona fuerte. Yo diría que soy una frágil valiente. Por eso hoy, unos días antes de los famosos balances de fin de año, quisiera ser capaz de llenar el saco de esas pequeñas cosas rescatadas de la vorágine cotidiana, para poder así cargar con granitos de alegría que, de uno en uno, gramo a gramo, pesen suficiente para esbozar una sonrisa.
La inesperada postal en braille de una amiga vidente. mi gata amasándome la barriga. Un mensaje personalizado en WhatsApp, en medio de tantas felicitaciones prefabricadas o en cadena. Un sentido abrazo. Una lectura emotiva. Una película de las que llegan adentro. Dormir tres horas seguidas. Un buen café. Pedacitos de chocolate negro en mi boca. Un paseo al sol increíble de este invierno que comienza.
Me está costando encontrarlas, y tampoco quiero cansaros con un listado. Es difícil juntar gramos. ¿Qué pesa más, un gramo de alegría o un gramo de tristeza? La física asegura que pesan igual, pero no sé por qué los de alegría son más esponjosos, más livianos y los de tristeza son plomo.
Esta mañana estaba sentada en el sofá del salón revisando mi correo y, de pronto Alexa ha comenzado a sonar. Mi hijo, desde su cama, me ha puesto el único villancico y la única versión de dicho villancico que me llega al alma. Eso ha sido una gran cosa, ¿verdad? Quizá… 2023 sea un buen año…
Feliz Navidad para quienes la sientan y celebren. Os deseo lo mejor.