Impacto. Tembló la tierra bajo sus patas, la noche llegó antes de que su estómago pidiera alimento. Un calor de fuego sin llama encendió su piel rugosa, secó la hierba y devastó la laguna donde se abrevaba.
La colosal herbívora dio unas zancadas vacilantes. Giró el largo cuello y buscó al resto, pero se había quedado sola. Junto a sus patas, abrasadas, yacían las crías muertas.
Bramó, herida de instinto roto, de final absoluto.
Del cielo se desprendió un polvo cegador. No obstante, la madre echó a correr por una tierra que ya no entendía.
Fue la última superviviente.