Cuando no hay tiempo de mucho y mucho de todo, quizá basta un símil para expresar tanto como llevo dentro. Las fiestas llegan a los pueblos con el verano, y los fuegos artificiales iluminan las noches. Colores y explosiones. Gritos y aplausos. Parece que no existe nada más allá que esa cúpula nocturna hacia la que centenares de personas miran.
Y entonces el cielo estalla, mi mundo alrededor y bajo mis pies se convierte en un retumbar que vibra, se expande y hace temblar mi interior. Cierro los ojos porque no hay nada más que un sonido que me envuelve, y sujeto una mano que me ancla y que me dice que todo está bien, que todo irá bien.
Y cuando las voces exclaman con los últimos truenos de los fuegos artificiales y vuelvo a la realidad, sé que estoy en el camino que me he propuesto andar. Y sé que estáis todos ahí, como esas luminarias en el cielo. Conmigo. Gracias.