Estoy viva. Inuk también. Llevamos nueve días en casa pero, al menos yo, no tengo tiempo de nada, por eso no he aparecido hasta ahora. El viaje fue mucho mejor de lo que pensaba. El pobre aguantó bien el avión, los tránsitos por las terminales, las esperas. No tuve ningún contratiempo con el personal de tierra ni con la tripulación, al contrario, me facilitaron mucho las cosas y fueron todo lo amables que su exceso de trabajo en asistencias les permite.
A partir de ahí, veinticuatro horas de absoluta dedicación, con sus momentos oscuros y sus momentos de luz. Algunos más de lo primero que de lo segundo. Momentos de impotencia, de pensar que no puedo salir adelante con esto, de incertidumbre. Muchas noches he caído en la cama con la idea de que no puedo quedarme con mi gordito. Amanezco con nuevas energías, mejor dicho, con nueva fuerza interior, porque de energía voy escasísima. Es lo que tiene dormir poco, muy poco. Y menos mal que me voy organizando con mis comidas y mi aseo. Esto es como cuando tienes un bebé, jamás sabes en qué minuto podrás dedicarte unos instantes.
Un labrador de siete meses es un terremoto pero, con todo y con eso, Inuk es muy bueno. Me está probando a tope, como corresponde a todo buen adolescente. Hay que tener dosis elevadas de paciencia, y no siempre alcanzo la excelencia en ese sentido. ¿Existe la excelencia? No lo sé.
Supongo que estáis esperando nuevas entradas en el diario de Inuk. Lleva retraso en sus narraciones, pero es que está muy atareado explorando su entorno, conociendo a su nueva familia, jugando, mordiendo, portándose bien y portándose menos bien. Espero que tanto él como yo podamos ir asumiendo lo que será (seguro que os suena muchísimo la expresión) una nueva normalidad.
Hasta aquí la breve crónica. El muchachito despierta.
Aquí os dejo una foto del primer paseo que dimos por el entorno de viñas y bosque. Si me veis un poco de mala cara y más delgada, no os preocupéis. El precio de la maternidad perruna.
¡Hola tía marta!
Me alegra mucho que Inuk y tú estéis bien. Como me gustaría conocer al primito y darle unos cuantos lametazos, después de olisquearnos los culetes, obviamente.
No te desanimes, que mi amo también tuvo (y tiene) esos momentos de frustración y desánimo conmigo. Pero poco a poco nos vamos haciendo el uno al otro, y va mejorando la cosa.
Ahora mismo estoy dándole la lata para que juegue conmigo, pero como está malo, no tiene muchas ganas.
Ánimo y unos cuantos lametones para ti también, que seguro que puedes con el primo.
Un saludo.
Hombre, qué alegría verte por aquí. Pues gracias por tus ánimos, guapo. Lo llevo lo mejor que puedo pero hay momentos en que no puedo, y luego vuelvo a poder y así en bucle.
Eso me da mucho miedo, que me pase algo por lo que no pueda cuidar de tu primo, aunque sea temporalmente, aunque sea porque me encuentro mal, porque no habría tu tía. No me pongo ni las vacunas, que ya me han avisado, por si acaso…
Caricias para ti.
Esperant la propera pasejadeta per la muntanya.