Ay, los personajes, esos seres que nacen en nuestra mente, a los que quieres encasillar y de repente, cuando de verdad los conoces, actúan y se comportan como no esperabas. Sí, ya sé que puede parecer un tópico, pero en mi caso al menos no es así. Ocurre, y tuve que aceptarlo.
Porque sí, empiezo muy entusiasmada haciendo fichas: edad, procedencia, color de pelo, color de ojos, estatura, peso, cómo viste, cómo se mueve, sus gustos, sus manías, su modo de hablar, sus creencias… Y un largo etcétera, no os podéis ni imaginar, creo que los ficheros de la policía no deben de ser tan completos como los de un escritor intentando perfilar sus personajes. Y con todo tan preparado, ¿por qué de pronto resulta que a tu protagonista no le gustan las albóndigas, como habías previsto, sino que las odia? Ah, ese es el gran y maravilloso misterio. Es que a medida que lo desarrollas y lo implicas en la trama, cobra entidad, o sustancia, o profundidad, se revela como lo que es, una persona ficticia que vive y siente y sufre y ante la que has de admitir que es como es.
Pese a las vueltas y giros que di para dar con el protagonista adecuado, el que de verdad encajase en la idea que tenía para mi novela, cuando pensé en Javier Almazán tal como lo conoceréis, supe de inmediato que era él, y con la certeza, apareció su imagen, su voz y su personalidad.
El nombre es muy importante. Siempre buscamos uno que nos permita identificarnos con el personaje, hacerlo nuestro, que nos guste. Sería incapaz de plasmar un personaje estupendo con un nombre que me disgustara, supongo que es una obviedad. Javier es uno de los nombres de varón que más me gusta, siempre me ha gustado, y se quedó ahí esperando su momento. Ni siquiera se lo puse al personaje de mi anterior novela porque por más peso que tuviera en la trama, casi de protagonista, no lo era. Almazán es un apellido fuerte, rotundo, de origen leonés, pero además es un sentido homenaje, una vez más, a mi amigo Paco Almazán que espero pueda echarle un vistazo a mi novela desde donde quiera que esté.
Javier no está basado en ninguna persona que yo conozca, pero sí tiene mucho de unos y de otros, y muy poco de mí, no penséis que porque es ciego es una proyección de mi persona, ni mucho menos. En general, los que ven tienden a pensar que todos los ciegos tenemos algo en común. Y quizá lo único en que nos podemos asemejar es en el mismo hecho de no ver, solo en cuanto a hecho, porque incluso cada cual lo vive de manera diferente, se conduce y se comporta de modo diferente, como cualquier otra persona, hay tantos tipos de ceguera como individuos, y tantas maneras de procesarla y experimentarla como personas.
Hay personajes de mi libro que sí se inspiran en personas e historias reales. La propia Nerea, que en un principio se llamaba Carla, y luego la vi más como Nerea. Sus actos no son una invención, ocurren, y causan estragos en las familias. El abuelo, incluso Ariadna, ambos nacen de historias conocidas de personas queridas. Eduardo no existe, pero quise reflejar la realidad de tantas personas que sufren su misma debacle social. La secretaria del centro de rehabilitación es la imagen cariñosa de una gran amiga mía. Fabio el galgo existe, y Dago, aunque era un pastor alemán, se llamaba el segundo perro que hubo en mi familia cuando yo era pequeña y al que tuvimos que sacrificar porque entonces la lismania no tenía remedio ni vacuna.
Oh, no, y no conozco a nadie tan perturbado y perverso como Olga. Como anécdota os diré, que poco tiempo después de crearla conocí a una mujer que se llama así, y otro poco de tiempo después supe que es enfermera… He de reconocer, sin embargo, que no me costó meterme en su mente, en la raíz de sus desequilibrios. Creo que pese a todo, se la puede comprender más o menos, y allá cada cual con los sentimientos o emociones que le despierte.
Guillem, Raúl, Griselda, Víctor, los guardas, Gabi, Marcel…. Todos ellos surgieron de la nada, del archivo de mi imaginación, pero a cada uno lo sentí, lo vi, a cada uno le inoculé un poquito de alma que espero que de algún modo os llegue.
Tantas veces se ha dicho que por muy buena que sea la trama, si no la surcan buenos personajes, morirá en la memoria de los lectores, que lo único que puedo desear es que los míos os hablen al oído, os susurren sus sentimientos y emociones para que de algún modo podáis comprenderlos, identificaros con ellos, si fuera el caso.
Siempre, pero siempre que leo un libro que me atrapa siento como si los personajes estuvieran muy cerca de mi, como si viviera con ellos sus aventuras y desventuras y me transmitieran sus sentimientos. Siempre me entran esas ganas de reir cuando algún personaje le ocurre una situación cómica, o de dar un abrazo largo a los que por sus historias lo están pasando mal. Todos, absolutamente todos cobran vida y transmiten, acompañan y enseñan, por lo que entiendo que el archivo de un escritor que los desarrolla debe ser extensísimo. Por otro lado, sabiendo que este nuevo libro rinde homenaje a Paco Almazán, a quien conocí aunque solo virtualmente, aún me entran más ganas de leerlo. Gracias por compartir el proceso de creación con nosotros y tu trabajo en general! Un petonàs XXL!
Es lo que perseguimos los escritores, que os comuniquéis con los personajes, que sintáis con ellos. Resulta muy grato cuando un lector te comenta que tal o cual personaje ha despertado su empatía, que se ha identificado, que algo de lo que le ocurre le pasó a él en un momento dado. Somos un poco malévolos en el fondo puesto que nos pone muy contentos si nos decís que habéis sufrido o llorado con ellos. Y ya no os digo si habéis reído, que eso aún es más difícil.
Y como os he prometido, revelo cuál es uno de los personajes que más me ha impactado: Ari Ben Canaan, de Éxodo. Siempre he dicho que fue el libro que me marcó y no podía ser menos con su personaje central.
Un abrazo, Joan!