Me pasé la RENFE

El 23 de junio, domingo, verbena de san Joan en Catalunya, día de Fórmula 1 en el circuito de Montmeló y demás movimientos turísticos añadidos, quizás no era el mejor momento para regresar a casa después de un fin de semana en Roses. Pero había que volver. Contaba con encontrar muchedumbres arracimadas, sudorosas y vocingleras en la estación de Sants, y asardinamiento en alguno de los cercanías hasta Sitges. Pero con lo que ni yo ni nadie podía ni querría contar jamás fue con que una persona fuera atropellada en la estación de Bellvitge, se tratara de suicidio o de accidente fortuito. Así que me subí a un regional a las 19.05 y entré por la puerta de mi casa a las 24 y algunos minutos, que no recuerdo cuántos pasaban de la hora en punto.

Como diría María Antonia Plaxats, una psicoterapeuta a la que recientemente le he revisado un libro que publicará en breve, no hay casualidades sino causalidades. En realidad, leerlo en sus párrafos solo fue un recordatorio, porque es una teoría que llevo tiempo defendiendo, aunque a menudo se me escapan los motivos por los que se dan unos acontecimientos y no otros, y pueden pasar años hasta que consiga realizar una conexión entre determinados hechos.

El tren que tendría que haber cogido era uno destino Vilanova i la Geltrú que llegaría en veinticinco minutos. Aunque la misión del muchacho de la asistencia consistía en recogerme en el ave de Figueres y, como mucho, estirando su obligación, acompañarme hasta los andenes de mi línea, no quiso dejarme sola, a pesar de que lo llamaron sus supervisores para averiguar dónde estaba. Cuando anunciaron un regional a Reus, montones de personas le preguntaron si podían cogerlo para ir a pueblos situados a lo largo de su trayecto, solo porque llevaba un chaleco identificativo que lo relacionaba con personal de la estación. Yo estaba convencida que los billetes de cercanías no servían para ese tipo de trenes, pero al final resultó que sí nos permitieron subir. Primera causalidad. No debería haber subido a ese regional. Segunda, si el chico hubiera marchado enseguida, tampoco habría cogido ese tren, sino que me hubiera esperado al de Vilanova porque el gentío era abrumador. ¿Y todo para qué? ¿Para conocer a la familia de la cual os hablaré? ¿para poder recuperar el pensamiento a menudo olvidado de que hay gente buena en el mundo?

Un señor, que luego supe que se llamaba Joan, me cedió su asiento. Poco se imaginaba el buen hombre las horas que íbamos a pasar de pie.

Nada más entrar en la estación de Bellvitge, el regional se detuvo. Un buen rato después, los viajeros comenzaron a describir lo que se veía por las ventanas, y ya fue evidente que había pasado algo grave. Ambulancias, Policía y protección civil.

Voy a evitar detalles truculentos, que los hubo, y bastantes. Estuvimos encerrados más o menos una hora. Durante ese tiempo fui conociendo a los integrantes de la familia de Joan, su mujer, su hija, una hermana y un cuñado. Pese a lo que se vivía fuera, que al principio resultó muy confuso, en el vagón se sucedían las bromas, algún que otro chiste malo, los ofrecimientos para que se sentaran otros, las protestas por el hecho de que el lavabo estuviera cerrado. Menos mal que no tuve urgencias en ese sentido.

El primer tren que nos adelantó por la vía que tenía el paso expedito fue el famoso cercanías hacia Vilanova, ese al que, si me hubiera subido, me habría permitido juntarme con unos amigos para la verbena. Luego, interpretamos que los usuarios del tren siniestrado iban a pasar al nuestro para poder seguir viaje. Como supimos más tarde, por precipitación, nerviosismo o mala praxis, algún trabajador de la estación o policía —había versiones diferentes— forzó una puerta para abrirla y la dejó inutilizada, por lo que tampoco nuestro tren pudo seguir adelante.

Tuvimos que apearnos. En la estación se aglomeró una enorme masa de gente, entre la que me encontraba yo. Debo resaltar la generosidad y buena disposición de la familia que me acogió durante todo este periplo. En un momento dado les dije que me habían adoptado, a lo cual respondieron que no, que me habían secuestrado y pedirían rescate por mí.

En medio de este tipo de bromas, comentarios, alguna que otra risa, mezclado todo con la impresión que poco a poco tomaba forma con respecto a lo que había ocurrido allí, el caos informativo, o desinformativo, para ser más exacta. avisaron que iban a circular trenes en ambas direcciones, pero por una sola vía, la del andén dos, justo donde estábamos todos acumulados. Pasaron trenes vacíos hacia Barcelona y otros sin parada como en continuo cachondeo. Después de habernos avisado de la circulación en ambas direcciones por esa vía, la megafonía anunció que debíamos cambiarnos al otro andén porque iba a pasar un tren destino san Vicente de Calders.

La masa se puso en movimiento y, mi familia de adopción, se desplegó a ambos lados de mi persona, delante y detrás, para evitarme algún empujón o cosa peor. Mis escoltas guardaespaldas. Fue terrible ver cómo después de lo que había sucedido en esa estación, muchas personas cruzaron por las vías mientras el tren anunciado se acercaba. ¿Dónde están el sentido común, la prudencia, el cerebro, vamos? ¿La gente cree de verdad que nunca le pasará nada? El resto, en avalancha, se metía en el paso subterráneo. Si no hubo otra desgracia allí fue porque no estaba escrito.

No pudimos coger el tren, venía a reventar. Imposible, aunque hubo quienes lo intentaron. Y vuelta a la vía dos tras el correspondiente anuncio por parte de la mujer de la megafonía. De nuevo la migración atolondrada y renegona, aunque extraordinariamente paciente. Parecíamos muñecos en un juego caótico que podría llamarse Cambia de andén.

situados resignadamente en la posición indicada, con la incredulidad propia de quien ve a Papá Noel bajar por una chimenea, vimos llegar y detenerse dos hermosos trenes vacíos por la vía contraria, que vacíos se fueron, sí, en la dirección que nos interesaba. Hubo un conato de rebelión. Se escucharon algunos gritos y muchos silbidos. Se nos estaban poniendo la cara de besugo y los pies de asfalto cuarteado.

Y, finalmente, la megafonía, con musiquita de supermercado y mujer desorientada al aparato, nos pidió disculpas por las molestias puesto que se habían equivocado y no deberíamos habernos movido del andén número uno. De fondo en el ambiente del Baix Llobregat, petardos en todo su apogeo, las verbenas en plena actividad.

A las 23 y poco nos subimos a un tren, pletóricos de felicidad, con sonrisas acartonadas de sed y la alegría de saber que íbamos bien de tiempo, con un poco de suerte llegaríamos a destino antes de cambiar de día.

Por fin, qué ganas teníamos, asardinados entre cuerpos que ya habían sudado lo suyo, brazos y piernas rozándose para bailar la música que un muchacho colombiano hacía sonar. Un discotrén, no se podía pedir nada más. Se detuvo en todas las estaciones, lógicamente, y los aplausos y vítores eran de lo más emocionante.

Ahora sin ironía. Calculaba que me iba a ser muy difícil encontrar un taxi en Sitges para volver al pueblo. Lo comenté en voz alta, y a mis adoptantes preferidos les faltó tiempo para llamar a una familiar que, por cierto, ya dormía, y pedirle que nos fuera a buscar a la estación de Vilanova, donde iban todos ellos, para llevarme en coche a casa. Así que me bajé con mis secuestradores adoptantes, una estación más allá de mi destino original, y quince minutos más tarde abría la puerta de mi casa, después de despedirnos con unos besos. Gracias, gente maravillosa, si llegáis a leerme.

Después de esa vivencia, tengo un título que acredita mi experiencia en temas de trenes y acontecimientos relacionados. Algunos pasan la selectividad; otros, rituales de iniciación; otros las oposiciones… esa noche para alguien aciaga, para mí incomoda, Yo me pasé la RENFE.

Autor: Marta Estrada Galán
Dicen que algunos niños nacen con un pan bajo el brazo. Yo asomé al mundo con un libro y un cuaderno, solo que no me enteré hasta que a los once años comencé a devorar novelas y a escribir historias como si no hubiera un ayer en que también podría haberlo hecho. Luego llegó eso que llamamos vida, donde entre lectura y lectura, me convertí en lo que soy: escritora, aficionada a los paseos, a mantenerme en forma, al canto y al radioteatro, integrante de un coro y madre a tiempo total. Convivo con mis dos hijos, mi gata Nara y mis amigos que, aunque en la distancia, siempre están a mi lado.

Los lectores piensan

  1. Hola Marta: Te felicito por haber superado esa noche sin ningún contratiempo, sin nervios, y hasta poniendo humor a la situación, con todo lo que tuvo de desconcertante y trágica. Me produce mucha alegría comprobar que queda mucha gente buena, generosa y amable en el mundo, y me resulta más grato todavía que tú encontraras ese día a una familia así, dispuesta a ayudarte en todo lo que necesitaras. Te mando un abrazo muy fuerte con mucho cariño.

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  2. Fa un temps és difícil agafar un tren de les nostres línies habituals sense que tinguis un article a punt. Sento la teva experiència i m’alegra la trobada que et va permetre

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  3. Menuda noche la de aquel día…… La parte mala, terrrible, pero la buena, qué me dices? esa familia maravillosa a la que tuviste la suerte de encontrar y servirnos a todos para darnos cuenta que sí hay gente buena, más que de la otra.
    Un beso fuerte!!!

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  4. Ja, ja, ja !!! “mis secuestradores adoptantes”, M’encanta!!!
    Si t’arriben a secuestrar no hi haurien prous diners per a pagar el rescat!!!! I love you!!!

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