Analizándolo en retrospectiva, creo que tardé dos días en entender que había perdido el olfato y parte del gusto. Ahora me resulta muy curioso ir comprobando las excusas del subconsciente para tratar de encajar una realidad anómala y soy capaz de entresacar los momentos en que justifiqué, sin asomo de sospecha, lo que no tenía demasiada justificación.
Por orden de aparición:
- El gel de ducha de frutos del bosque (le habrá entrado agua al bote y ha perdido aroma).
- La torta de anís en el desayuno (pese a ser la marca original, es peor que las últimas que probé, no sabe a nada).
- El café (me salió muy aguado).
- Una infusión de romero (me pasé de agua, es solo líquido caliente).
- Sábanas recién lavadas (no huele nada el detergente, será por haber lavado con agua muy caliente).
- Una onza de chocolate negro (ahí saltó la alarma).
Fijaos lo que tardé en concluir que algo pasaba, estos episodios repartidos en dos días, además de todas esas acciones que realizamos mecánicamente, acciones que, por lo general, llevan asociados olores, pero que por tener la mente en mil cosas, no registramos: lavarse las manos, la lejía, la colonia. Cuando con cierto estupor descubres lo que está pasando, comienza la fase comprobatoria cuyos resultados arrojan el diagnóstico: no hay olfato, aunque, curiosamente, sí queda un resto de gusto, sobre todo para cítricos y sabores más o menos fuertes o intensos.
La otra vertiente de quedarse sin olfato en el caso de una persona ciega, va más allá de no sacarle gusto a las comidas, que de por sí es un contratiempo muy desagradable. Es no tener la certeza de que el alimento que se manipula o se come esté totalmente en buen estado. Hay productos que pueden parecer en buenas condiciones al tacto pero estar florecidos (por ejemplo, el queso o un yogur) o un filete de cualquier carne o pescado que presente un inicio de mal aspecto. Estar cocinando y no percibir que algo se está quemando o tostando demasiado o no llegar a oler que hay humo. En un terreno un poco más escatológico, no poder detectar, si no se escucha al momento, dónde ha vomitado tu gato. Y un seguramente largo etcétera que no me apetece indagar.
Incluso sabiéndolo en la teoría, resulta increíble darse cuenta de la cantidad ingente de información que recibimos a través del olfato. Así que, espero poder recuperar ambos sentidos tal como los tenía antes. Da un poco de miedo quedarse solo con dos de los cinco que normalmente traemos de fábrica.
No voy a caer en eso de «para lo que hay que oler…», pero, buscándole algún beneficio al poco o nulo gusto, lo único que diría es que puede ser beneficioso y saludable. Para qué comer dulces si total…
¿Os ha pasado? Me gustaría que dejarais vuestros comentarios al respecto.