Todo cambia, incluso la forma de conducirse en los malos comportamientos. En esencia pueden provocar el mismo daño, pero a medida que evolucionamos (o involucionamos, a veces no estoy muy segura) las posibilidades de actuar y rechazar dichos comportamientos se complican. De la burla hemos pasado al bullying. Lo que antes, hace años, podía minimizarse de un modo pedagógico, ahora requiere expedientes, expulsiones escolares, mediaciones, incluso denuncias. Por supuesto que debían de existir casos graves, pero al menos, la sensación de que había algo que se pudiera hacer para contrarrestar los perjuicios era falsamente tranquilizadora. En mi casa, con mis hijos, he vivido las dos situaciones, burla y bullying. Frente a la primera, tuve herramientas. Ante la segunda, miedo e impotencia.
Cuando comencé a detectar que algunos compañeritos de mis hijos se burlaban de ellos porque tenían una madre ciega, me reuní con las maestras y acordamos realizar un encuentro entre los alumnos y yo. Los niños a menudo son crueles, y este tipo de situaciones hay que enfrentarlas a tiempo para que los afectados no sufran más de lo necesario. Durante tres o cuatro años (cada vez por causa de alguno de mis dos hijos) en la escuela montaron estos encuentros que preparaban en el aula como un trabajo más.
El día señalado acudía cargada con todo tipo de artilugios para que los vieran, usaran y manosearan: el bastón, un reloj, cuentos mixtos en braille, en tinta y con dibujos en relieve, mi portátil con su lector de pantalla, el detector de luz y el de colores… y un largo etcétera. Antes de que sus maestros les permitieran lanzarse sobre todo esto, procedían de manera ordenada y metódica a formularme las preguntas que habían estado preparando durante varios días. Sin censura, sin tapujos.
Si los adultos tuvieran siquiera la mitad de valentía para realizar preguntas y plantear dudas, seguramente el entendimiento y el conocimiento de la ceguera serían mucho más profundos.
¿Cómo haces para vestirte?
Les puse deberes para que al día siguiente se vistieran sin encender la luz, indicándoles algunos truquillos (entusiasmo general).
¿Cómo haces para caminar?¡
Les presté el bastón, y con los ojos cerrados se movieron por la clase lanzando gritos de júbilo cuando detectaban una mesa antes de chocarse.
¿Cómo haces para conducir?
Esto…, hay cosas que no se pueden hacer, pero cuando era niña me sentaba en el asiento del copiloto y me ocupaba del cambio de marchas sin que mi padre tuviera que indicarme cuál poner en cada caso (no iba a darles la idea de sentarse al volante con los ojos tapados y alguien que los guiara en un descampado, no sería muy prudente…).
¿Y si quieres comerte una ciruela y es un albaricoque?
Bueno, vamos a ver si al tacto confundimos una pelota de tenis con una de ping pong, que es lo que tenemos a mano (diferencia de texturas, diferencia de tamaños y, si las frutas olieran como deberían oler…).
¿Y si el brik es de zumo y no de leche?
Aaagh, alguna vez me he preparado un café con zumo, realmente asqueroso… Pero eso es culpa mía, por no oler antes el contenido en caso de que los briks sean iguales. O por no tenerlos ordenados.
¿Cómo haces para subir a las atracciones?
Bueno, de entrada está muy bien que den por sentado que monto en ellas, cosa que muchos adultos pondrían en duda. Pues nada, a estos sitios siempre iba con otras personas y es lo mismo subirse a una atracción que a un coche. Claro que… Quizá la diferencia es que cuando algunas de ellas se detienen, como el Dragon Khan, la falta de referencia visual unida al mareo me dejaban tan KO que por unos instantes no sabía dónde tenía los pies y dónde la cabeza, literal, y me era imposible levantarme).
¿No te quemas cuando cocinas?
Cocino, aunque no me gusta. Y nunca me he quemado más que con salpicaduras de aceite como todo hijo de vecino. Siempre se colocan las sartenes o cazuelas en su lugar antes de encender el fuego. Después, la fuente de calor que irradia la llama y el vapor de lo que se cocina son suficiente para orientarse sobre los recipientes sin meter la mano donde no se debe, y también los utensilios como cucharas de palo sirven para ubicarse bien sobre los fogones.
¿No te maquillas porque no ves?
No me maquillo porque no me gusta, no sé si es porque no veo, en todo caso podría hacerlo si quisiera, muchas mujeres ciegas lo hacen. Prefiero llevar la cara limpia y como mucho, un poco de lápiz de labios, nada más.
¿Cómo limpias tu casa?
Vaya, veamos…, trapo para el polvo, fregona, escoba, aspirador, limpia muebles, multiusos, jabón para los baños… Igual que lo hace tu mamá. El tacto en este caso actúa casi tan bien como la vista. Aaaah, ups, bueno, esta figurita de porcelana no estaba aquí… algún niño la ha cambiado de sitio, y ha salido volando porque confiaba en que este tramo de estantería estaba vacío. Nada, a recoger pedacitos.
¿Cómo sabes si eres guapa o fea?
Se hace un silencio expectante. Hmm… A ver, ¿soy guapa o fea? Sin miedo. Contestan a gritos. Pues así, así lo sé. Risa general. El hielo se ha roto definitivamente.
Podría seguir pues la batería de preguntas alcanzaría para rellenar páginas, pero ya casi ni me acuerdo y tampoco es necesario más. Después de estos encuentros, ninguno de los alumnos asistentes volvió a burlarse de la madre ciega de sus compañeros.
A veces por la calle me cruzo con un niño y su madre o padre: «¿Es ciega?» —pregunta—. «¿Qué es ese palo?» No todas, pero muchas madres (o padres) se sobresaltan y obligan a callar a su hijo. Es un error. Dejad que los niños pregunten, sepan y aprendan, ser ciego no es un tema tabú que no se pueda tratar. Y preguntad vosotros también, sed un poco niños.
Todo cambia, incluso la forma de conducirse en los malos comportamientos. En esencia pueden provocar el mismo daño, pero a medida que evolucionamos (o involucionamos, a veces no estoy muy segura) las posibilidades de actuar y rechazar dichos comportamientos se complican. De la burla hemos pasado al bullying. Lo que antes, hace años, podía minimizarse de un modo pedagógico, ahora requiere expedientes, expulsiones escolares, mediaciones, incluso denuncias. Por supuesto que debían de existir casos graves, pero al menos, la sensación de que había algo que se pudiera hacer para contrarrestar los perjuicios era falsamente tranquilizadora. En mi casa, con mis hijos, he vivido las dos situaciones, burla y bullying. Frente a la primera, tuve herramientas. Ante la segunda, miedo e impotencia.
Cuando comencé a detectar que algunos compañeritos de mis hijos se burlaban de ellos porque tenían una madre ciega, me reuní con las maestras y acordamos realizar un encuentro entre los alumnos y yo. Los niños a menudo son crueles, y este tipo de situaciones hay que enfrentarlas a tiempo para que los afectados no sufran más de lo necesario. Durante tres o cuatro años (cada vez por causa de alguno de mis dos hijos) en la escuela montaron estos encuentros que preparaban en el aula como un trabajo más.
El día señalado acudía cargada con todo tipo de artilugios para que los vieran, usaran y manosearan: el bastón, un reloj, cuentos mixtos en braille, en tinta y con dibujos en relieve, mi portátil con su lector de pantalla, el detector de luz y el de colores… y un largo etcétera. Antes de que sus maestros les permitieran lanzarse sobre todo esto, procedían de manera ordenada y metódica a formularme las preguntas que habían estado preparando durante varios días. Sin censura, sin tapujos.
Si los adultos tuvieran siquiera la mitad de valentía para realizar preguntas y plantear dudas, seguramente el entendimiento y el conocimiento de la ceguera serían mucho más profundos.
¿Cómo haces para vestirte? Les puse deberes para que al día siguiente se vistieran sin encender la luz, indicándoles algunos truquillos (entusiasmo general).
¿Cómo haces para caminar? Les presté el bastón, y con los ojos cerrados se movieron por la clase lanzando gritos de júbilo cuando detectaban una mesa antes de chocarse.
¿Cómo haces para conducir? Esto…, hay cosas que no se pueden hacer, pero cuando era niña me sentaba en el asiento del copiloto y me ocupaba del cambio de marchas sin que mi padre tuviera que indicarme cuál poner en cada caso (no iba a darles la idea de sentarse al volante con los ojos tapados y alguien que los guiara en un descampado, no sería muy prudente…).
¿Y si quieres comerte una ciruela y es un albaricoque? Bueno, vamos a ver si al tacto confundimos una pelota de tenis con una de ping pong, que es lo que tenemos a mano (diferencia de texturas, diferencia de tamaños y, si las frutas olieran como deberían oler…).
¿Y si el brik es de zumo y no de leche? Aaagh, alguna vez me he preparado un café con zumo, realmente asqueroso… Pero eso es culpa mía, por no oler antes el contenido en caso de que los briks sean iguales. O por no tenerlos ordenados.
¿Cómo haces para subir a las atracciones? Bueno, de entrada está muy bien que den por sentado que monto en ellas, cosa que muchos adultos pondrían en duda. Pues nada, a estos sitios siempre iba con otras personas y es lo mismo subirse a una atracción que a un coche. Claro que… Quizá la diferencia es que cuando algunas de ellas se detienen, como el Dragon Khan, la falta de referencia visual unida al mareo me dejaban tan KO que por unos instantes no sabía dónde tenía los pies y dónde la cabeza, literal, y me era imposible levantarme).
¿No te quemas cuando cocinas? Cocino, aunque no me gusta. Y nunca me he quemado más que con salpicaduras de aceite como todo hijo de vecino. Siempre se colocan las sartenes o cazuelas en su lugar antes de encender el fuego. Después, la fuente de calor que irradia la llama y el vapor de lo que se cocina son suficiente para orientarse sobre los recipientes sin meter la mano donde no se debe, y también los utensilios como cucharas de palo sirven para ubicarse bien sobre los fogones.
¿No te maquillas porque no ves? No me maquillo porque no me gusta, no sé si es porque no veo, en todo caso podría hacerlo si quisiera, muchas mujeres ciegas lo hacen. Prefiero llevar la cara limpia y como mucho, un poco de lápiz de labios, nada más.
¿Cómo limpias tu casa? Vaya, veamos…, trapo para el polvo, fregona, escoba, aspirador, limpia muebles, multiusos, jabón para los baños… Igual que lo hace tu mamá. El tacto en este caso actúa casi tan bien como la vista. Aaaah, ups, bueno, esta figurita de porcelana no estaba aquí… algún niño la ha cambiado de sitio, y ha salido volando porque confiaba en que este tramo de estantería estaba vacío. Nada, a recoger pedacitos.
¿Cómo sabes si eres guapa o fea? Se hace un silencio expectante. Hmm… A ver, ¿soy guapa o fea? Sin miedo. Contestan a gritos. Pues así, así lo sé. Risa general. El hielo se ha roto definitivamente.
Podría seguir pues la batería de preguntas alcanzaría para rellenar páginas, pero ya casi ni me acuerdo y tampoco es necesario más. Después de estos encuentros, ninguno de los alumnos asistentes volvió a burlarse de la madre ciega de sus compañeros.
A veces por la calle me cruzo con un niño y su madre o padre: «¿Es ciega?» —pregunta—. «¿Qué es ese palo?» No todas, pero muchas madres (o padres) se sobresaltan y obligan a callar a su hijo. Es un error. Dejad que los niños pregunten, sepan y aprendan, ser ciego no es un tema tabú que no se pueda tratar. Y preguntad vosotros también, sed un poco niños.
Todo cambia, incluso la forma de conducirse en los malos comportamientos. En esencia pueden provocar el mismo daño, pero a medida que evolucionamos (o involucionamos, a veces no estoy muy segura) las posibilidades de actuar y rechazar dichos comportamientos se complican. De la burla hemos pasado al bullying. Lo que antes, hace años, podía minimizarse de un modo pedagógico, ahora requiere expedientes, expulsiones escolares, mediaciones, incluso denuncias. Por supuesto que debían de existir casos graves, pero al menos, la sensación de que había algo que se pudiera hacer para contrarrestar los perjuicios era falsamente tranquilizadora. En mi casa, con mis hijos, he vivido las dos situaciones, burla y bullying. Frente a la primera, tuve herramientas. Ante la segunda, miedo e impotencia.
Cuando comencé a detectar que algunos compañeritos de mis hijos se burlaban de ellos porque tenían una madre ciega, me reuní con las maestras y acordamos realizar un encuentro entre los alumnos y yo. Los niños a menudo son crueles, y este tipo de situaciones hay que enfrentarlas a tiempo para que los afectados no sufran más de lo necesario. Durante tres o cuatro años (cada vez por causa de alguno de mis dos hijos) en la escuela montaron estos encuentros que preparaban en el aula como un trabajo más.
El día señalado acudía cargada con todo tipo de artilugios para que los vieran, usaran y manosearan: el bastón, un reloj, cuentos mixtos en braille, en tinta y con dibujos en relieve, mi portátil con su lector de pantalla, el detector de luz y el de colores… y un largo etcétera. Antes de que sus maestros les permitieran lanzarse sobre todo esto, procedían de manera ordenada y metódica a formularme las preguntas que habían estado preparando durante varios días. Sin censura, sin tapujos.
Si los adultos tuvieran siquiera la mitad de valentía para realizar preguntas y plantear dudas, seguramente el entendimiento y el conocimiento de la ceguera serían mucho más profundos.
¿Cómo haces para vestirte?
Les puse deberes para que al día siguiente se vistieran sin encender la luz, indicándoles algunos truquillos (entusiasmo general).
¿Cómo haces para caminar? Les presté el bastón, y con los ojos cerrados se movieron por la clase lanzando gritos de júbilo cuando detectaban una mesa antes de chocarse.
¿Cómo haces para conducir? Esto…, hay cosas que no se pueden hacer, pero cuando era niña me sentaba en el asiento del copiloto y me ocupaba del cambio de marchas sin que mi padre tuviera que indicarme cuál poner en cada caso (no iba a darles la idea de sentarse al volante con los ojos tapados y alguien que los guiara en un descampado, no sería muy prudente…).
¿Y si quieres comerte una ciruela y es un albaricoque? Bueno, vamos a ver si al tacto confundimos una pelota de tenis con una de ping pong, que es lo que tenemos a mano (diferencia de texturas, diferencia de tamaños y, si las frutas olieran como deberían oler…).
¿Y si el brik es de zumo y no de leche? Aaagh, alguna vez me he preparado un café con zumo, realmente asqueroso… Pero eso es culpa mía, por no oler antes el contenido en caso de que los briks sean iguales. O por no tenerlos ordenados.
¿Cómo haces para subir a las atracciones? Bueno, de entrada está muy bien que den por sentado que monto en ellas, cosa que muchos adultos pondrían en duda. Pues nada, a estos sitios siempre iba con otras personas y es lo mismo subirse a una atracción que a un coche. Claro que… Quizá la diferencia es que cuando algunas de ellas se detienen, como el Dragon Khan, la falta de referencia visual unida al mareo me dejaban tan KO que por unos instantes no sabía dónde tenía los pies y dónde la cabeza, literal, y me era imposible levantarme).
¿No te quemas cuando cocinas? Cocino, aunque no me gusta. Y nunca me he quemado más que con salpicaduras de aceite como todo hijo de vecino. Siempre se colocan las sartenes o cazuelas en su lugar antes de encender el fuego. Después, la fuente de calor que irradia la llama y el vapor de lo que se cocina son suficiente para orientarse sobre los recipientes sin meter la mano donde no se debe, y también los utensilios como cucharas de palo sirven para ubicarse bien sobre los fogones.
¿No te maquillas porque no ves? No me maquillo porque no me gusta, no sé si es porque no veo, en todo caso podría hacerlo si quisiera, muchas mujeres ciegas lo hacen. Prefiero llevar la cara limpia y como mucho, un poco de lápiz de labios, nada más.
¿Cómo limpias tu casa? Vaya, veamos…, trapo para el polvo, fregona, escoba, aspirador, limpia muebles, multiusos, jabón para los baños… Igual que lo hace tu mamá. El tacto en este caso actúa casi tan bien como la vista. Aaaah, ups, bueno, esta figurita de porcelana no estaba aquí… algún niño la ha cambiado de sitio, y ha salido volando porque confiaba en que este tramo de estantería estaba vacío. Nada, a recoger pedacitos.
¿Cómo sabes si eres guapa o fea? Se hace un silencio expectante. Hmm… A ver, ¿soy guapa o fea? Sin miedo. Contestan a gritos. Pues así, así lo sé. Risa general. El hielo se ha roto definitivamente.
Podría seguir, pues la batería de preguntas alcanzaría para rellenar páginas, pero ya casi ni me acuerdo y tampoco es necesario más. Después de estos encuentros, ninguno de los alumnos asistentes volvió a burlarse de la madre ciega de sus compañeros.
A veces por la calle me cruzo con un niño y su madre o padre: «¿Es ciega?» —pregunta—. «¿Qué es ese palo?» No todas, pero muchas madres (o padres) se sobresaltan y obligan a callar a su hijo. Es un error. Dejad que los niños pregunten, sepan y aprendan, ser ciego no es un tema tabú que no se pueda tratar. Y preguntad vosotros también, sed un poco niños.