Aterrizar en las urgencias de un hospital un viernes a las 12:15 del mediodía es entrar en una dimensión desconocida. O quizás no tanto, bien pensado, igual no hay diferencia entre un viernes y un martes. Espero no tener que comprobarlo.
Fui acompañando a mi madre. El primer tramo de la odisea no fue mal del todo. Tardaron una hora en hacernos pasar por el triaje. Una media hora hasta que nos llamaron. Algunos minutos hasta que le hicieron analíticas y le tomaron la tensión. Dos horas hasta que se la llevaron para hacerle las pruebas pertinentes. Hasta aquí, todo bastante normal, incluso rapidito, me atrevería a decir.
A partir de las15:30, el tiempo se detuvo. El único movimiento real en este plano irreal, más o menos a las 18:00, consistió en sacarla del box 11 y dejarla en la plaza de parking 34 del pasillo. Desplazamiento de camilla. Que yo ignoraba que los pasillos ya estuvieran compartimentados, con sus números identificativos, incluso con su cortinaje envolviendo más o menos cabecera, pies y un lateral de las camillas, cosa de agradecer, no se malinterpreten mis palabras. Es un aprovechamiento muy bien organizado de la arquitectura hospitalaria. Hasta tuve una silla, bueno, una sillita plegable, ergonómicamente desastrosa y durísima, pero silla, al fin y al cabo, que está bien, un detalle.
Ver la vida pasar, sería un buen titular para las horas transcurridas sin que ocurriera nada.
Miento. Hubo otros dos movimientos relevantes. A mi madre le dieron un yogur Danone tamaño liliputiense, y un paquetito de galletas María, las de siempre, solo que reducidas a la medida de una muestra, como las muestras de cualquier producto que pueden darnos en una farmacia, por ejemplo. Que digo yo, igual son publicidad de las marcas, entregadas gratuitamente y sin ánimo de lucro, o tal vez un abaratamiento de costes o, quizás, quizás, afán de equilibrar en una merienda, la dieta de la paciente.
Y el otro movimiento sísmico producido en el intervalo de aparcamiento, el servicio de la cena a las 20:00 horas, altamente sospechoso de que la estancia se iba a prolongar.
Por lo demás, lo dicho, la vida pasar. Sacando pacientes de algún box para meter a otros recién llegados. Auxiliares poniendo cuñas. Enfermeros de un lado para otro. Los acompañantes y algunos ingresados, hablando como si estuvieran en la terraza de sus casas. Gente riendo, gente llorando, gente tosiendo, gente protestando, niños gritando y llorando en las urgencias de pediatría, que son los únicos con licencia para este tipo de manifestaciones. Pasos arriba y abajo. Móviles a todo volumen lanzando al aire sus tonos de llamada y de WhatsApp, y con el manos libres activado, que yo me pregunté a ver si es que hacía mal llevando los auriculares puestos. El sonido intermitente de los monitores en las pantallas del control, que de verdad taladran la cabeza, así de fuerte suenan, como si el personal estuviera sordo. Los timbres repitiendo sus tres notas infinitas sonando tanto rato que en el box en cuestión podría pasar cualquier desgracia hasta que fueran a atender. De tanto en tanto, un silencio como de apocalipsis. Las entrañas del limbo asistencial donde durante horas nadie asiste.
Señora, yo no la llevo, ahora pregunto a la otra enfermera.
Señora, hasta que no pase el médico a darle los resultados no se podrá ir. Ahora pregunto.
Señora, tranquila, ahora pregunto.
Señora, no puedo darle un tranquilizante, pero ahora pregunto.
Yo no sé dónde iban a preguntar que nunca volvieron con la respuesta. Es posible que se perdieran allá donde van a parar los calcetines que se come la lavadora.
La paciente histérica, subiéndose por las cortinas, porque paredes no teníamos a mano. El suero agotado y la vía puesta, sin que nadie lo retirara.
A las 22:00 una enfermera apareció para hacer otra analítica. Fue una camuflada del movimiento subversivo, seguro, porque al querer ser comprensivas y apuntar hacia la falta de personal, contestó, muy enfadada:
“No, no es el caso hoy. El problema es que los médicos van lentos, van a su bola. Me podrían haber pedido esta analítica a lo largo de la tarde, y me la piden ahora. Ellos a su ritmo, y nosotros de bólido. Bueno, mejor no hablo más.”
Vaya por dios. Se nos cayó un mito. Nosotras que, como mucha gente, pensábamos que la falta de personal era el problema de todos los hospitales, y resultó que no siempre es así, y que hay otras corrientes subterráneas que se mueven ocasionando este tipo de situaciones.
Y cambiamos de día en el calendario, porque hasta las 24:30, doce horas y cuarto después de llegar, no pasó una doctora. Los resultados no vienen al caso. Lo más interesante, de verdad, fue que, según ella, estuvo todas esas horas porque la tenían en observación. Eso me llevó a pensar que deben de tener cámaras ocultas en el parking, porque observar, lo que se dice observar, allí nadie observó nada, ni siquiera le controlaron más la tensión, sabiendo que es hipertensa y que no se había tomado su medicación.
Es posible, en conclusión, que el mecanismo de las urgencias funcione en un plano paralelo que nosotros, los vulgares pacientes o acompañantes, somos incapaces de detectar. Somos seres inferiores sin conocimientos para bucear en las profundidades del sistema. De todos modos, que no nos falte la Seguridad Social. Ah, y sí que noté que habían avanzado en algo: en la recepción de urgencias tienen mascarillas, por si te las has olvidado. Te las dan gratis. Eso sí, siguen sin darte una mísera botellita de agua.
Hola. Lamentablemente las urgencias de un hospital, sea de la comunidad autónoma que sea, son así. Cuantas horas no me habré tirado yo también con mi madre, horas en las que no hacías otra cosa más que esperar pacientemente, y en mi caso, desgraciadamente, donde la paciente se revolvía de dolor, o se moría de angustia debido a los mareos, o cualquiera de los múltiples motivos por los que he tenido que acudir con ella en los últimos tiempos. Incluso, hemos llegado a pedir el alta voluntaria dado que todos los efectivos de urgencias estaban (supuestamente) atendiendo una parada cardiorrespiratoria, y nadie nos hacía caso. Y a nuestra petición, un “Pues váyase” sin más, sin alta ni nada. En fin. Que como dices, ojalá que nunca falte la Seguridad Social, pero desde luego, no es la mejor versión ni la que nadie que tenga que acudir por un motivo de peso podría desear.
Desde luego, y produce mucha impotencia cuando la desatención es tan flagrante. Había personas sin acompañante en algún box, y yo pensaba, dios, como les pase algo, nadie se va a enterar. En fin, es o que tenemos, y que no nos falte. Un abrazo.
Hola Marta: Menuda experiencia la que nos cuentas. Parece mentira que vas a urgencias de un hospital para que te atiendan rápido y parece que la rapidez no es lo habitual casi nunca. Se entiende que haya que esperar porque los resultados llevan un tiempo, pero esto que nos dices de la lentitud de los médicos en urgencias es contradictorio y frustrante. Yo también creo en la suerte que tenemos teniendo la seguridad social, pero estaría bien que tuviera más calidad de la que tiene porque creo que los pacientes necesitan sentirse atendidos, que se les toma en serio, o bueno, sencillamente que no tengan o tengamos la sensación que se olvidan de nosotros…, Un abrazo fuerte Marta.
Como he comentado antes, la sensación de desatención es muy angustiosa para muchos pacientes. Mi madre decía que se había sentido un paquete en objetos perdidos. También es cierto, y eso lo he vivido de cerca, no como experiencia propia, sino de personas cercanas, que cuando la situación es realmente grave, te atienden rápido y toman decisiones que salvan vidas. Un abrazo.