Muchos de vosotros, mis lectores y amigos, recordaréis lo que ocurrió hace un par de años en Twitter. De verdad os digo que aquella tarde las manos me temblaron durante largos minutos. ¡Menuda descarga de adrenalina! Esos días se dijo de todo en la red y, como el tema ha vuelto a rresurgir en un debate privado, explicaré de primera tecla lo que sucedió, para evitar entuertos y malos entendidos en retrospectiva. Y para quienes desconozcáis lo ocurrido.
Veréis:
En 2014 compré el libro de un tal Javier Jorge J. en Amazon. Se estaba publicitando bastante, y me pareció que podría ser interesante. Así que lo adquirí en Kindle, se descargó en mi iPhone y en dicho dispositivo lo leí. A los que no tenéis que utilizar accesibilidad en los móviles ni lectores de pantalla para leer os diré que la voz de Apple del iPhone, llamada Mónica, deja bastante que desear, sobre todo en lo que a lectura se refiere. Con todo y con eso, leí el libro de cabo a rabo. Y me olvidé.
Algunas semanas después, no recuerdo exactamente cuántas, el escritor del libro e cuestión empezó a seguirme en Twitter. Hice lo mismo con él. Al día siguiente por privado, le comenté que había leído su libro, y le di mi opinión. A raíz de este tuit cruzamos varios que poco a poco fueron convirtiéndose en tiros envenenados por su parte, pero que yo, ilusa, no supe identificar como tales.
Así que al final terminé diciéndole que puesto que la lectura con Mónica no había sido como para disfrutar el libro, miraría de localizarlo en otro formato. Eso, para los que no sabéis de qué va, significa husmear en las bibliotecas de uso exclusivo para ciegos a ver si en sus catálogos estaba dicho título, o acudir a otra persona que hubiera comprado el libro en papel y se hubiese tomado la molestia de digitalizarlo. No estaba disponible en ninguna de las bibliotecas, ni nadie conocía el libro. Lógicamente, vamos, al menos desde mi lógica de andar por casa, creí innecesario mencionarle esas bibliotecas al susodicho, primero porque por supuesto le sonarían a chino mandarín, y segundo, porque no me estaba pareciendo que fuera nada receptivo y que le importaba un rico bledo del campo cómo hacemos las personas ciegas para leer. También podría haberle dicho que rompería el drm, o sea, la protección para poder leerlo en cualquier otro formato (algo que dejé de hacer hace tiempo porque me resultaba tan tedioso y complicado que mi pequeña mente informática se amotinó), y estoy convencida de que su reacción explosiva habría sido la misma. Nótese que para realizar dicha actividad también es necesario haber comprado el libro.
Su siguiente reacción fue una denuncia en Twitter con mención a la Policía, a mi editorial, al Periódico y no sé a quiénes más. Según él le estaba robando, era una ladrona, no quería pagar un libro (y eso que ya lo había adquirido). Estaba cometiendo un delito. Vamos, que por mi culpa se iba a quedar sin comer en Navidad. Después de largos rifi-rafe en los que me negué a participar al tercer o cuarto tuit, dejó de mencionarme explícitamente en twitter, pero en su TimeLine continuó en sus trece, defendiendo que le había robado.
Me sentí calumniada. La red tiene mucho poder, y sus palabras las leyeron unos cuantos miles de seguidores. Pero también las mías, y las de quienes me apoyaron, que por cierto superaron en mucho, juraría, a las que pudiera recibir él. Desde luego considero que el debate valió la pena y seguramente fue fructífero en algunos aspectos.
Muchas personas me aconsejaron que lo denunciara. No lo hice. ¿Merecía la pena? Nunca en la vida me había sentido tan atacada, pero no quise gastar mis energías en un personaje así. No importó que le explicaran del derecho y del revés cómo funciona la ley en este sentido. Él no se bajó de su burro, y encima se regocijó por la publicidad que, a su parecer, le hacíamos.
La Policía no respiró. Tampoco El Periódico, ni siquiera las editoriales.
Si hoy vuelvo a recuperar el episodio, además del debate que os he mencionado, es para intentar que las personas videntes comprendan que el derecho a la lectura es universal, que para nosotros supone el esfuerzo, sin duda gratificante y asumido, de conseguir libros que estén en formatos accesibles, o bien buscarnos la vida para convertirlos a dichos formatos. Nada de todo esto es tan sencillo como abrir un libro en papel y ponerse a leer, pero da igual, leemos de todas las maneras disponibles a nuestro alcance.
Para terminar, un pequeño inciso: soy escritora, y orgullosa me sentiría si alguien tuviera intención de leer mi libro por segunda vez, fuera como fuese. ¡¿Que los derechos de autor no se acomodan a todo lo que supone escribir un libro? No. ¿Que hay que combatir la pirateria? Sí. Pero el derecho a la lectura está ahí, asumámoslo.
Días después añado este enlace para que escuchéis, al hilo del tema de la propiedad intelectual, la interesantísima comparecencia de Lorenzo Silva en la comisión de cultura del congreso el 16 de noviembre. Suscribo todo cuanto dice, pese a la polémica que he explicado más arriba. Estoy del lado de los escritores y del lado de los lectores. Lesionados mis derechos en el primer caso por la piratería, atacada por otro como lectora por buscarme la vida para poder leer, sin cometer ilegalidades.
Buenas tardes Marta:
Recuerdo perfectamente la polémica y el desafortunado comentario por mi parte, en relación a la lectura en formato electrónico (no sabía de que iba el tema, ni te conocía).
Quiero pensar que de verdad, como pasó en mi caso, no sabía de que iba el tema y fue una confusión por su parte.
En todo caso, no solo me parece ético y de buen gusto, facilitar que, quienes padecen deficiencias visuales, puedan leer un libro, es que la ley lo permite al establecer la reproducción de una obra sin necesidad del consentimiento del autor, cuando se trate de uso privado de invidentes, siempre que la reproducción se efectúe mediante el sistema Braille u otro procedimiento específico y que las copias no sean objeto de utilización lucrativa (Articulo 31.1.3º de la Ley de Propiedad Intelectual). Además de existir a nivel internacional el Tratado de Marrakech, que viene a permitir lo mismo a nivel internacional( y que salvo mejor criterio, en el caso de España, las Cortes aprobaron en 2015 su ratificación pero, sin embargo por cuestiones técnicas todavía no ha entrado en vigor).
Pues eso, que no puede ponerse farruco porque no le ampara ninguna razón.
Un fuerte abrazo,
Muchas gracias por tu aportación en cuestión legislativa. Sinceramente, dudo que fuera una falta de información. De haber sido así, se habría retractado, cuando menos, habría cerrado la polémica sin abundar más en el insulto. No importa. Hay gente para todo.
Un fuerte abrazo.