La encontraron inánime entre arbustos quemados por la escarcha, salpicada de copos de nieve que la adornaban como reflejos de invierno. Hermosa, ataviada con sus prendas de gamuza y flecos, los ojos negros constelados de infinitas estrellas y de tristeza. Alrededor, el silencio del valle desolado.
Ningún médico de la ciudad pudo determinar las causas de su muerte. Había calidez y salud en la muchacha que, fuera de la reserva, estaba obligada a usar el nombre de Kirai.
Solo el chamán comprendió que la pequeña Sol de Verano se había extinguido como consecuencia del irreversible cambio climático.