¿Qué narices está pasando con las castañas? Suelo dar crédito a eso de que olvidamos cosas de un año para otro, léase: el año pasado no hizo tanto calor; o el invierno pasado no tuvimos frío… En serio pienso que somos muy olvidadizos con según qué circunstancias. Como lo del cambio de hora, menudo trajín dos veces al año, sin saber si dormimos más o menos, si nos quitan o nos ponen.
Pero a lo que iba.
En el tema de las castañas necesito que alguien me ayude, y con urgencia. Porque, señores, aquí sí que no se nos olvida: las del año pasado no valían nada, pero es que las de este… ¿Qué pasa con tan rico fruto? ¿Dónde han ido a parar aquellos aromas exquisitos? ¿Y el humo que nos envolvía con sus reminiscencias de calles frías y familias arrebujadas? ¿Dónde van a morir las castañas gordas, blancas y deliciosas? No importa si gustan o no gustan, mi reflexión quiere ir más allá.
Creedme si os digo que no recuerdo unos ejemplares como los que había en nuestra mesa: planas, descoloridas, apestosas. Sí, apestosas, que las abrías y de su interior se desprendía el mismo tufo de un armario viejo lleno de ropa húmeda. Qué descorazonador.
¿Qué pasa con las castañas, señores? ¿Dónde hay que ir a comprarlas o a qué precio para poder disfrutarlas? Mucho me temo que las congelan de un año para otro. Quizás ponen alguna nueva, para disimular, porque bien es cierto que nos hemos podido comer seis o siete de todo un kilo.
Eso sí, han servido para reírnos porque, a falta de castañas, buenas son las comparaciones que han surgido a costa de su olor, de su aspecto y del increíble montón de pieles y trozos podridos que había en el centro de la mesa.
No quiero ni pensar cómo serán las del próximo noviembre. Cualquier tiempo pasado fue mejor…
Yo soy la castañera.
Castañas te vendo yo.
Son ricas y redonditas,
todas de color marrón.
Te puedo vender una,
te puedo vender dos.
Con ellas te regalo
alegría e ilusión.
Cuando llegue el otoño
salimos a pasear
y con las ricas castañas
tus manos calentarás.
Eh, le ponéis la música antigua del Colacao, y listos. En defensa propia he de decir que la letrilla no es mía.
¡Que disfrutéis del recuerdo de lo que fueron!
Qué castana… 🙂
Y nunca mejor dicho…