Salvar un mirlo

Cuántas veces hemos oído, incluso dicho, eso de “esta juventud de hoy en día…”, generalmente con matices despectivos o catastrofistas. Que si está perdida, que si mal vamos si el país depende de ella, que si nosotros a su edad… Bueno, la verdad es que muy bien, lo que se dice muy bien, no vamos, las cosas como son. Pero tampoco puede decirse que esté todo desquiciado, que no hay valores, que no hay respeto y que ninguno de nuestros jóvenes se libra de la guillotina.

 

Esta es una historia muy breve, una historia de sábado por la noche. Es la historia de dos jóvenes de veinte años, dos chicos como torres de altos. Dos jóvenes de hoy en día, como dirían las abuelas, que se fueron al cine a unos kilómetros de su pueblo. Terminada la película, de camino al coche aparcado, se encontraron con un mirlo que iba dando tumbos, aturdido, y con la punta de ambas alas ensangrentada. Podían haberse subido al coche tan ricamente mientras intercambiaban impresiones, pero no. Impactados por la visión del pájaro herido, lo recogieron con cuidado y se lo llevaron. Uno conducía, y el otro sostenía el ave en su regazo.

 

Otros tantos kilómetros de vuelta hasta llegar a casa. Intranquilos, sin tener la más remota idea de qué hacer en una circunstancia como esta. Pusieron yodo en las heridas de las alas, intentaron alimentarlo. Temían por su vida y les dolía. Buscaron veterinarios 24 horas y solo dieron con uno, todavía más lejos que el cine, a 100 euros mínimo el servicio.

 

Finalmente, temiendo lo peor, le fabricaron un nido en una caja de cartón con ropa en su interior y lo depositaron allí, en el balcón de casa. Como cualquier enfermo que tenga quien le cuide, el mirlo recibió alguna que otra visita durante la noche, hasta que el sueño venció a los chicos.

 

Por la mañana, el mirlo había volado. No estaba caído ni en la acera ni en la calle, ni en ningún sitio próximo, de lo cual se deduce que pasado el aturdimiento, después de descansar y sentirse a salvo, pudo emprender el vuelo, sano y libre.

 

Había emoción en los chicos cuando lo comprendieron así. Han pasado tres días, y todavía recuerdan los ojos de agradecimiento con los que, según ellos, les miraba el pájaro.

 

Sí, es una historia muy breve, pero es cierta. Y merece la pena, ¿verdad?

Autor: Marta Estrada Galán
Dicen que algunos niños nacen con un pan bajo el brazo. Yo asomé al mundo con un libro y un cuaderno, solo que no me enteré hasta que a los once años comencé a devorar novelas y a escribir historias como si no hubiera un ayer en que también podría haberlo hecho. Luego llegó eso que llamamos vida, donde entre lectura y lectura, me convertí en lo que soy: escritora, aficionada a los paseos, a mantenerme en forma, al canto y al radioteatro, integrante de un coro y madre a tiempo total. Convivo con mis dos hijos, mi gata Nara y mis amigos que, aunque en la distancia, siempre están a mi lado.

Los lectores piensan

  1. Sí, hermoso, y vale la pena reconocer estos buenos actos de los jóvenes que denotan buenos sentimientos. Hace poco viví algo parecido: una madre de 28 con su hija de 8, recogieron un pichón de paloma que cayó del nido. Su hermano, que cayó también, murió y la madre había desaparecido. Lo cuidaron durante dos semanas con mil amores. Parecía que el pajarito iba a salir adelante: daba pasitos, movía sus alitas entrenándose para volar, ya tenía algún atisbo de plumitas… Pero un mal día, se le empezó a enfriar la barriguita y ni el calor humano consiguió reanimarlo y devolverle la vida. La mamá lo encontró muerto cuando iba a alimentarlo. Lloró ella a escondidas de su hija y luego le dio la triste noticia. Era la primera pérdida que vivía Shaiel y la lloró, pero después le dio sepultura y lo llenó de flores de su jardín. Yo también lagrimeé, aunque nadie lo supo.

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    • Una experiencia dura y tierna, y un buen ejemplo de acompañamiento al duelo de una niña, no restando importancia a un hecho que para ella seguro, tuvo gran trascendencia. Un abrazo.

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