Como todos los viernes, acompañada por la cuidadora, Mercedes abandonó la residencia y se dirigió al parque para reunirse con su hija.
Vivía esperando ese encuentro. Dedicaba la semana a prepararse para los pocos minutos que Susana le destinaba, y la peluquería de los jueves marcaba el momento culminante de su ilusión. Era la secuencia ordenada de los acontecimientos. Primero, ponerse guapa, y después, el parque, la alegría efervescente de recibir unas migajas de cariño.
A la cuidadora le costó mucho explicar a Mercedes por qué los bancos estaban vacíos. La anciana jamás hubiera cambiado un día de compras desenfrenadas por un rato de calidez humana. Recogió unas cuantas hojas, hermosas hojas de otoño, y trató de apaciguar su llanto con la promesa de confeccionar con ellas un bonito regalo que ofrecerle a Susana. Para el próximo viernes.
Lamentablemente, caemos a menudo en el error de dejar para otro momento las cosas verdaderamente importantes para el alma…