El fenómeno fans… y lo que un padre es capaz de hacer (I)

Estaba buscando información sobre el fenómeno fans en España para esta entrada, pero decidí que no valía la pena, que eso lo puede buscar cualquiera. Así que os lo contaré desde lo que me interesa, mis propias vivencias.

Al igual que la Literatura, podría asegurar que conocí la música comercial a raíz de mis estancias en el hospital. Mi abuelo me regaló un casete, un Sony muy compacto y resistente con el que se podía grabar y reproducir, una maravilla, un milagro, un tesoro. Y detrás del aparato llegaron las cintas con las que me obsequiaban quienes iban a visitarme. No solo eran de canciones infantiles, que yo ya tenía once años y un poco se me había pasado la época. Recuerdo sobre todo las típicas de recopilaciones de éxitos, que si no estoy equivocada, también las regalaban en la Caja de Pensiones para la vejez y de Ahorros (sí, sí, Caixabank). La primera fue Éxitos 1977, con canciones como

Enséñame a cantar, de Mikique España llevó a Eurovisión. o

Marinero, de Nubes Grises.

O la banda sonora de La guerra de las galaxias. Y no puedo dejar de mencionar

Qué será de ti, de Camilo Sesto.

Mi primer contacto con este cantante.

Y así empezó mi andadura.

A partir de ahí me agregué, primero por imitación, y luego por deseo propio, al fenómeno que se extendió como el fuego entre finales de los 70 y los 80. Era como una enajenación, un virus que alguien o algo nos había inoculado a las chavalinas de la época. Y como había que tener un ídolo, palabra que tuve que aprender porque no tenía ni idea de qué significaba, yo me apunté a Camilo Sesto. No porque sí. Una amiga ya era fan de él y me lo dio a conocer, y de ahí a hacer que mis padres poco a poco me fueran comprando sus cintas al principio, y sus discos después, hubo un corto trecho. El viaje a Sitges a la tienda de música donde un atentísimo Lluís me atendía como si yo fuera una reina era habitual, como la peregrinación a un santuario.

Esas cintas a doscientas, trescientas, quinientas pesetas. Ese romper el precinto, ese olor a plástico. Ese encajarlas en el casete y esperar como en trance a que sonara la primera canción mientras rezaba para que no se engancharan. Esos vinilos algo más tarde. Recuerdo que me tocó un LP en un sorteo, y tuve que ir a casa de unos amigos a que me lo grabaran en una cinta porque no tenía modo de escucharlo.

Yo quería ser como todas las chicas. Me acuerdo cuando nos vimimos a vivir al pueblo, justo a mis once años, pero sin abandonar el alquiler del piso de Esplugas donde habíamos vivido hasta entonces. Todavía lo utilizábamos mi padre y yo algunos días a la semana durante el primer año en que asistí al colegio de la ONCE para ahorrarme el subir a casa y tener que madrugar tanto al día siguiente. Empapelé el comedor con posters del Súper Pop que no recuerdo de dónde sacaba, porque comprármela, solo me la compraban cuando publicaban algún reportaje sobre mi ídolo. En la casa nueva mi madre no me dejaba hacer eso, ni loca, vamos, así que allí, dueña de aquel espacio semivacío, con la complicidad de mi padre, me ponía las botas. Os preguntaréis, bueno y qué, qué sentido tenía poseer tantos posters si no podía verlos. Pues no lo sé. Los adoraba, era un elemento que formaba parte del ritual, y me sabía de memoria cuál y de quién era cada uno. Lo mismo que recortar fotografías para coleccionar.

Luego estaba el programa Aplauso en televisión, o el tema radio. Escuchar el Gran Musical o el programa de Mateo Fortuny, donde todas recibíamos el apelativo de Paparras, Paparritas (garrapatas en castellano…) en Radio Juventud. Mi padre, que era un santo, me llevó una noche a este último. Así pude conocer al famoso locutor, a su ayudante, un jovencísimo Alfonso Arús, y de paso me llevé de propina unas zapatillas Kelme, marca que patrocinaba algún espacio del programa.

También el sufrido papi me llevó a uno de los festivales organizados no sé si por el Gran Musical o por Ranking Internacional (a saber si es lo mismo, pero no quiero buscar información, quiero ponerlo tal como lo recuerdo, o como no lo recuerdo), presentado por Raúl Marchant. Allí tuve ocasión de conocer a algunos artistas de los que nosotras considerábamos un poco de segunda fila, como Lorenzo Santamaría, Torrebruno, Rocky Sharpe & The Replays… de los que tengo autógrafos, pero no los reproduzco porque no se entiende nada, sí, para Marta con cariño, pero a saber de quiénes son.

Madre mía, aquella locura general, aquellos alaridos que nos salían del alma. Aquellas carreras casi peligrosas por acercarse a los cantantes que hacían furor: Miguel Bosé, Pecos, Miguel Gallardo.

Recuerdo que en alguno de esos festivales murió una chica llamada Marta Tormo, si la memoria no me falla, aplastada en una avalancha. Fue un shock tremendo, sentimos su pérdida como si la conociéramos de toda la vida. Incluso hice un poema para la ocasión. Sí, el fenómeno podía llegar a ser peligroso para la integridad de las miles de chiquillas que nos apelotonábamos en pos de una ilusión, de un espejismo.

Para la segunda parte de esta entrada… y lo que un padre es capaz de hacer, tendréis que esperar hasta el próximo día. Entonces os contaré cómo conocí a Camilo Sesto.

Autor: Marta Estrada Galán
Dicen que algunos niños nacen con un pan bajo el brazo. Yo asomé al mundo con un libro y un cuaderno, solo que no me enteré hasta que a los once años comencé a devorar novelas y a escribir historias como si no hubiera un ayer en que también podría haberlo hecho. Luego llegó eso que llamamos vida, donde entre lectura y lectura, me convertí en lo que soy: escritora, aficionada a los paseos, a mantenerme en forma, al canto y al radioteatro, integrante de un coro y madre a tiempo total. Convivo con mis dos hijos, mi gata Nara y mis amigos que, aunque en la distancia, siempre están a mi lado.

Los lectores piensan

  1. Vamos vamos, Marta!! Que yo también puedo contarlo, he?? Que yo estaba también!! Anda, sigue, que me haces recordar aquellos viejos tiempos con mucha ternura y añoranza…

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