La fatiga del novel

Voy a explicar en qué consiste el agotamiento y el desánimo de un escritor novel.

La primera consideración consistiría en que una no sabe cuándo se deja de ser novel, supongo que se calcula y decide por miles de ejemplares vendidos. Hay que ser un superventas para que te quiten la etiqueta pues no basta con hacer buena literatura. Pero esto casi que no importa, a efectos de lo que quiero reseñar aquí.

Los lectores habituales de nuestras obras nos piden más. Yo llevo cinco novelas publicadas. Pareciera que eso significa que tengo las puertas abiertas y el terreno despejado para seguir escribiendo hasta que la muerte me separe de la Literatura, valga el símil del matrimonio con tan noble y esforzado arte.

Bueno. Ocurre que no es así. Cuesta engendrar ideas más o menos originales, así como llevar adelante un embarazo que nunca se sabe lo que va a durar y durante el que intentamos que esa idea se forme, adopte un cuerpo razonablemente armonioso y listo para ser parido. Que esa es otra. Lo que hay que bregar hasta el parto solo lo saben los que escriben.

Y ya tenemos al recién nacido en brazos. ¿Y ahora qué? El cansancio infinito de enviar manuscritos a tantas editoriales como parezca que pueden hacerse eco de la obra aunque, lo malo no es enviarlos, sino que, por regla general, son poquísimas por no decir casi ninguna, las que se dignan siquiera a acusar recibo de los mismos. Esto implica que nunca sabemos si los han recibido o si se han extraviado en el submundo de las carpetas de no deseados o en la saca de algún brioso cartero. Si por un casual o milagro, llegan a responderte, lo hacen con un correo electrónico genérico que a todas luces nos indica que ni por asomo han leído nuestra misiva, ni mucho menos el manuscrito en cuestión.

Puede que te respondan en una semana y te ofrezcan un contrato abusivo mediante el que has de comprometerte a comprar montones de ejemplares para que te publiquen; o que te pidan un copago de la edición; o que te prometan una campaña de marketing y un mailing a medios de comunicación que llegarán a todo el territorio, sea este el que sea, pero jamás se comprometen a intentar que te respondan y te hagan un hueco en sus apretadas agendas.

No hablemos ya de concursos literarios fraudulentos o concursos editoriales sobre los que recae la sospecha de estar amañados.

Y aquí es cuando comienza la sangría. Los novel tenemos un bolsillo agujereado por donde se cuelan multitud de gastos, y ya no hablo de lo que pueda costar una publicación no tradicional del tipo que sea, tanto si es autopublicación como si es con editoriales de dudosa calaña. Por poneros unos pocos ejemplos: marcapáginas, tarjetas, detalles para regalar a los lectores, viajes para presentaciones, alquiler de salas, ejemplares regalados a bloggers, o a escuelas o institutos, a bibliotecas (que por cierto, muchos son en papel, enviados por correo postal y que a menudo ni siquiera te dicen si los han recibido o siquiera si los han leído, y eso que suelen aceptar ellos que los envíes)… y un etcétera bastante largo.

A todo esto hay que sumar el tema de las redes sociales. Necesitamos una presencia constante en ellas para que nuestros reclamos, mensajes, llamamientos (dígase como se desee), lleguen a posibles lectores. Y no todos estamos dispuestos o preparados o tenemos soltura y gracejo para dedicarnos a esta fatigosa actividad. Y los intentos infructuosos de contactar con quienes podrían dar un empujón a tu obra, que tampoco contestan,…

Sí, existe la fatiga del novel, que finalmente, por mucha ilusión que tenga en escribir, pierde fuelle y ganas. No nos engañemos. Es muy bonito decir eso de que escribir para uno mismo es suficiente. No. Una vez hemos publicado, cuando ya hemos recibido el feedback de los lectores, lo que queremos es escribir para ellos, que vuelvan a emocionarse y a sentir con nuestras obras. Pero llega un día en que se pierde la ilusión.

Es posible que me lluevan críticas, pero me da igual. Es posible que esto lo lean cuatro personas; también me da igual. Yo he dicho lo que quería.

Autor: Marta Estrada Galán
Dicen que algunos niños nacen con un pan bajo el brazo. Yo asomé al mundo con un libro y un cuaderno, solo que no me enteré hasta que a los once años comencé a devorar novelas y a escribir historias como si no hubiera un ayer en que también podría haberlo hecho. Luego llegó eso que llamamos vida, donde entre lectura y lectura, me convertí en lo que soy: escritora, aficionada a los paseos, a mantenerme en forma, al canto y al radioteatro, integrante de un coro y madre a tiempo total. Convivo con mis dos hijos, mi gata Nara y mis amigos que, aunque en la distancia, siempre están a mi lado.

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