La vida misma

Hace algunos días, la hija de una amiga me hizo una pregunta. Ella se ponía en mi lugar y se angustiaba sólo con pensarlo. La conversación derivó hacia otros temas importantes para un adolescente, y os los comparto.

 

No es sencillo abordar este tema. Como a cualquier niña, me llegó el momento de convertirme en mujer (qué eufemismo tan ridículo… ¿mujer a esa edad?). Muchas adolescentes detestan ese cambio en sus vidas, o lo niegan sistemáticamente, o lo aceptan sin más. Mi reacción no se aproximó a ninguna de esas tres. Yo pasaba la semana fuera de casa puesto que el colegio de la ONCE se hallaba lejos de donde vivíamos. En aquel entonces no tenía residencia de alumnos así que repartía mis días entre la casa de unos y otros abuelos, de una mujer que cuidaba de mí o de la de una amiga cuyos padres se avinieron a alojarme. Quiero destacar con ello que veía a mi madre los fines de semana y por tanto, aunque yo llevaba esa situación alegremente, no pude contar con su apoyo en este crudo tema.

Cuando tuve mi primera regla lloré, lloré sin descanso durante mucho rato. Y no fue porque no quisiera crecer, porque no quisiera ser mujer (otra vez… pero así lo veíamos, o nos lo hacían ver). Fue simplemente porque me aterraba la idea de no darme cuenta del preciso momento en que cada mes comenzase a sangrar y me manchase todita. Así de prosaico. Realmente fue una sensación de impotencia y vulnerabilidad como creo que no había sentido ni siquiera al perder la vista. Pasé unos meses obsesionada con ello hasta que poco a poco aprendí a reconocer los síntomas y a anticiparme.

Podría haberlo dejado ahí, pero hablar de esto me indujo a ofrecerle otras reflexiones.

La adolescencia no es una época demasiado fácil para nadie. Yo la atravesé con cierta serenidad, sin estallidos de rebeldía, sin grandes interrogantes. El instituto era una molestia que había que aceptar y sacar adelante. Ocupaba mucho tiempo escribiendo cartas a amigos, conocidos y otros cuyas direcciones sacaba de revistas para ciegos o de programas de radio. Leía con voracidad todo cuanto caía en mis manos (nunca mejor dicho). Me deleitaba escribiendo mis propias novelas y relatos o escuchando música.

Pero también existían esos momentos en los que había que salir con los amigos. Conseguí tener algún grupito de chicos y chicas videntes con los que compartía tardes de sábados o domingos. Sus actividades no me complacían demasiado, pero quería amoldarme, quería participar de ellas, quería sentirme una más.

No obstante (ignoro cuando tuve conciencia de ello) comencé a comprender que realmente no era una más. Empecé a darme cuenta de que no tenía referencias, ¿cómo era yo con relación al resto de las chicas? ¿Era guapa o fea? ¿Vestía como ellas? ¿Tenía más o menos pecho que ellas, o menos cintura, o el color de pelo bonito? La opinión de mi madre no me servía, las madres acostumbran a minimizar defectos y a pensar que sus hijos son los mejores y más guapos. Esta incertidumbre se convirtió en una corriente lenta pero insistente que fue socavando mi autoestima.

Por si fuera poco, todos mis enamoramientos naufragaban. Ningún chico de los que llegaron a gustarme mostró el mínimo interés en mí, lo cual acrecentó mi inseguridad y mi convicción de que yo era insignificante. Y no sólo insignificante sino invisible. Incluso en alguna ocasión pensé que sólo era un bulto, que me aceptaban en el grupo por fuerza, no digo por compasión ni mucho menos, sino por obligación. Cuidado, no estoy culpabilizando a los videntes, para nada. Es posible que la culpa fuera mía por no saber activar habilidades que me hubiesen ayudado a superar todo eso. Estoy segura de que hoy en día las muchachas ciegas se desenvuelven mucho mejor en este sentido. La integración sistemática, una mayor conciencia social de la ceguera, los recursos más avanzados. Todo ello debe de facilitarles la vida y cuidar de sus autoestimas.

 

Sin embargo me pregunto, ¿por qué sigue habiendo muchas más parejas en las que el miembro ciego es el chico? ¿Por qué las mujeres lo tenemos más difícil a la hora de que nos acepte un hombre vidente? ¿Son ellos más temerosos a la hora de iniciar este tipo de contacto? ¿Tienen las chicas menos prejuicios e inhibiciones? Ahí queda.

Autor: Marta Estrada Galán
Dicen que algunos niños nacen con un pan bajo el brazo. Yo asomé al mundo con un libro y un cuaderno, solo que no me enteré hasta que a los once años comencé a devorar novelas y a escribir historias como si no hubiera un ayer en que también podría haberlo hecho. Luego llegó eso que llamamos vida, donde entre lectura y lectura, me convertí en lo que soy: escritora, aficionada a los paseos, a mantenerme en forma, al canto y al radioteatro, integrante de un coro y madre a tiempo total. Convivo con mis dos hijos, mi gata Nara y mis amigos que, aunque en la distancia, siempre están a mi lado.

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