¿Qué es eso del orgullo disca? La pregunta me la formuló una amiga vidente mientras paseábamos. Había leído algo en redes y no lo entendía. A riesgo de ser muy impopular, lo cual en realidad me importa más bien poco puesto que lo que más valoro es que quienes no piensan como tú respeten tu opinión, diré que yo tampoco lo entiendo. De hecho, no entiendo ningún orgullo abanderado de ninguna de las circunstancias que la sociedad señala a dedo tendido para hacernos diferentes al resto. Nadie tendría que estar orgulloso de lo que muchos detestan, denigran o de lo que se compadecen. Esto no quiere decir que no sea capaz de comprender la necesidad de reivindicar derechos, ni muchísimo menos.
Yo no estoy ni gota orgullosa de ser ciega. Ser ciega es una castaña, se mire por donde se mire, lo mismo que pueda serlo cualquier otra carencia de característica sensorial, física, intelectual o cuanto queramos sumar a la lista. Es vivir en un hándicap constante en lo que a opciones, posibilidades, recursos, accesibilidad, leyes y no menos importantes por más pequeños que sean, obstáculos diarios y cotidianos se refiere. Y que nadie lea en esto una queja vital y mucho menos un victimismo. Se trata solo de la constatación de la realidad. De cómo afrontemos cada uno esa realidad dependerá que la discapacidad, diversidad funcional, capacidades diversas o como leches se llame ahora no pase de hándicap a tortura, a renuncia, a frustración, a estado depresivo o a depresión directamente. Solo hablo por mí y por lo que considero respecto de estas características cuando son adquiridas. El terreno de quienes nacen con ellas me es desconocido como experiencia. Podemos vivir con resiliencia las situaciones que se nos presentan, ser resolutivos y decididos, en mayor o menor medida (tampoco es imprescindible ser un diez en todos estos aspectos) o acomodaticios, temerosos y resignados. Yo no soy un diez en todo, tengo mis momentos de debilidad, de resignación o conformismo, de frustración o rabia, incluso de temor ante situaciones que creo que me pueden.
Y aquí entra la otra acepción del orgullo. De lo que sí estoy orgullosa es de afrontar un reto y resolverlo, o al menos intentarlo, de enfrentar un temor o un miedo y ganarles la partida, aunque termine con las piernas temblonas, de llegar a la meta de un propósito o proyecto pese a las dificultades. Pero ¿no es esto lo que siente cualquier persona tenga o no tenga una discapacidad? Entonces ¿en qué nos diferenciamos? En nada, o en nada más allá de la diferencia que existe entre ser alto o bajo, rubio o moreno, gordo o delgado y un larguísimo etcétera, cuestiones que cada individuo gestiona como puede o sabe.
Y obsérvese que no he utilizado el verbo superar. Hay un abuso del concepto superación que a mí me resulta muy cargoso porque casi siempre lleva implícita la imagen de que somos héroes de armadura que transitamos caminos llenos de escollos insalvables (que al final salvamos como cualquiera, o no, como cualquiera). No somos héroes de nada.
Cuando publiqué mi primera novela, Un refugio para Clara (que por cierto, pronto estará disponible la segunda edición y… hasta aquí puedo leer, de momento), la editorial también abusó del concepto historia de superación, ya no solo de los personajes de la obra sino de mi propia historia. En aquella época (2013) no rebatí ni me posicioné al respecto. Estaba como deslumbrada por el hecho de haber podido publicar con Ediciones Destino y supongo que poco analicé el tema. Hoy día, cuando releo los artículos en la prensa o escucho las entrevistas, me dan muchas muchas ganas de tirarme de los pelos. Pero de todo se aprende.
Grandes verdades las que dices aquí. Le echaré un vistazo a tu libro ????????
Gracias por tu comentario. En casi todos mis libros hay algún personaje con discapacidad. No lo hago así por reivindicar nada, simplemente porque estamos en la sociedad como ese larguísimo etcétera al que aludo en la entrada. Un cordial saludo.