No ha sido un mes demasiado bueno en cuanto a pérdidas. Es inevitable reflexionar cuando esto ocurre, tratar de bucear en los motivos… los porqué y los por qué no revolotean incansables, entran y salen de nuestra mente y, al menos a mí, me obligan a poner en marcha ese engranaje que por lo general prefiero que esté quietecito.
Todas las pérdidas dejan una estela tras de sí, como esos cometas que rasgan el cielo procedentes de un desastre cósmico. Su camino a nuestros ojos es bello, la impresión que nos dejan es hermosa. De repente ya no los vemos, pero seguimos siendo conscientes de que ese rastro de luz que se desvanece fue real. Aunque naciera de una explosión, de la muerte de un astro que ya no existe.
Hay pérdidas rotundas y definitivas, como la de los seres queridos cuando abandonan el anclaje de su cuerpo. A la cabecera de una cama de UCI, acariciando una frente amplia y despejada y un cabello que todavía conserva rastros de laca gracias a la coquetería de su dueña, no puedo por menos que preguntarme otra vez si la muerte es tan terrible. Si no es egoísmo lo que nos asalta en el momento de despedir a esa persona porque la pérdida es nuestra y nos cuesta desprendernos de lo que queremos. Y entonces me siento en paz, cuando en lugar de pensar en mí pienso en ella, porque estoy convencida que no todo termina ahí, que después comienza un tránsito, otro camino que no quiero etiquetar al que cada cual puede denominar como desee según sus creencias o no creencias.
Hay otras pérdidas no tan rotundas ni definitivas, sólo son seres que se desgajan de tu vida y emprenden otros derroteros que los alejan de lo que hasta un momento determinado fue una unidad. Y de nuevo nos asalta la tristeza… hasta que el engranaje se pone en funcionamiento. Entonces hay que recolectar la experiencia, las vivencias, extraer lo positivo y esforzarse en comprender que quizá no es tal la pérdida sino una ganancia a añadir en la columna de haberes, que nada es gratuito, que nada ocurre porque sí, aunque de entrada seamos incapaces de vislumbrar adónde nos lleva.
Y en lugar de perder me doy cuenta de que gano en madurez, en sensatez, de que mi equipaje vital a pesar de estar más lleno me parece más liviano porque he aprendido a sostenerlo de otro modo, equilibrando el peso, apuntalándolo para que en lugar de una carga sea una compañía que me susurra y me alienta.
En la vida hay situaciones que nos golpean, cambios que nos llenan de miedo y de inseguridad, momentos de dolor. Pero no olvidemos que por encima de todo eso somos la misma persona de siempre y que de nosotros depende que nos moldeen o que seamos quienes decidamos qué forma vamos a adoptar.
Me ha costado mucho escribir esta entrada, no por el hecho de escribir en sí sino por todo el proceso que ha sido necesario realizar antes de alcanzar este estado que he querido compartir con vosotros. Un beso a mis cometas, estén donde estén.