Marisa puso patas arriba la habitación. Revolvió el armario, vació los cajones, escudriñó bajo la cama. En los libros tampoco halló nada.
Su respiración se aceleraba a medida que cosechaba fracasos, y los latidos martillaban como pesadillas aporreando una puerta.
Frenética, barajó la posibilidad de llamar a su psiquiatra, pero desistió. No quería parecer idiota; se acordaba bien de lo que el doctor le había prescrito:
—Tienes que encontrar los límites…
Temeraria, traspasó las fronteras de su cuarto y buscó por toda la casa. Sus jadeos llenaban el silencio convertidos en presencias ajenas.
De pronto, Marisa quedó paralizada. Acababa de recordar con exactitud cómo terminaba la frase del médico: «…dentro de ti misma».
Solo esperaba que no doliera demasiado.