Quienes tenemos más de cuarenta, siempre que hubiera afición a la radio en la casa de nuestra infancia, recordamos esas tardes de radionovelas en las emisoras por antonomasia de la época: Radio Nacional y la SER. Madres, tías, abuelas, vecinas reunidas alrededor del aparato, chistando ante el menor ruido, comentando en voz baja y anhelando el siguiente capítulo en cuanto sonaba la melodía final.
En mi caso o en mi casa, que para lo que me ocupa viene a ser lo mismo, no había demasiada afición radiofónica, a excepción de los carruseles deportivos los domingos en el coche a la vuelta del fin de semana. Pero lo mismo que para el apego literario fueron las lecturas paternas en mis estancias de hospital, fue el transistor vestido con una funda negra de plástico para el amor a las voces que interpretaban. Ese mundo fascinante del que, a buen seguro, a mis nueve, diez u once años poco entendía de cuanto en esos episodios se tramaba, se convirtió en una semilla que germinó en cuanto me regalaron mi primer cassette y comencé a grabar historias como si no hubiera un mañana, o sola o con mi hermana, con muñecos en las manos o simplemente con la imaginación.
Recuerdo una noche en que tanto nos metimos en la historia mi hermana y yo,, cada una en nuestra cama y sin grabación de por medio, que me eché a llorar, asustando a mis padres. Me apasionaba usar mi voz, jugar con ella, inventar historietas (las bautizamos así), programas de radio de los que yo era locutora y en los que realizaba entrevistas a personajes que yo misma imitaba o interpretaba. También en el colegio o en casa de las amigas jugábamos a ser otras, desde Los Ángeles de Charlie hasta personajes de un libro que hubiéramos leído y cuyo argumento dramatizábamos a conciencia.
Siempre soñé con ser actriz de radionovelas o radioteatro, incluso llegué a escribir un guión con dos amigos que, quièn sabe, quizás algún día se grabe. Y resulta que la pandemia me puso en las manos, o en la voz, mejor dicho, la posibilidad de cumplir ese sueño. La primera obra representada fue Madre no hay más que una, escrita por mí misma unos años antes, y dramatizada por el grupo actuCasa, creado a tal propósito en abril de 2020. He de confesar que mi actuación como carla no me satisfizo demasiado, pero es que jamás había recibido ninguna instrucción para meterme en la piel de un personaje y representar un papel escrito, además de que cada cual grabó su parte por separado sin escuchar a los demás. Meses más tarde, entré a formar parte del taller de teatro de la Biblioteca argentina para Ciegos de Buenos Aires, primero en el grupo inicial y después en el de avanzados, toda una experiencia de aprendizaje y crecimiento que me llevó a la interpretación de dos papeles en distintas obras y a los que, en un futuro, se sumarán otros dos que ya estoy ensayando.
Os dejo un enlace a la página donde encontraréis la forma de acceder a las obras en las que participo, con previsión de futuro pues, como os comento, habrá más.