Aquí vengo con la segunda parte de mi post, un recopilatorio de lo que pude hablar con personas de a pie durante mi estancia en Cuba. Insisto en la advertencia de que lo que os ofrezco es lo que me contaron, no se trata de información contrastada, y que cada cual en su día a día y en su contexto y ámbito vital puede tener experiencias o realidades que no se ajusten a otras versiones, incluso que sean sesgadas. No entro a juzgar, solo quiero transmitir.
En apariencia, ningún Cubano muestra reticencia a la hora de explicar su situación tanto laboral como social. Tal como os comenté, todos ellos ganan unos 20/30 CUC al mes, el mismo valor aproximado en euros. Da igual si son médicos o camareros. De ahí que deseen trabajar en la rama turística del sector terciario del país, sin duda a la persecución de las propinas que les proporcionan un sobresueldo importante. Por ello, no deberíamos recelar a la hora de entregarles dichas propinas, no como cuando te obligan a dar un 10% o cuando realmente quien nos atiende no lo merece. Los Cubanos, no solo consiguen mejorar su situación económica sino que además son merecedores de obtenerlas, gracias a su buena disposición, amabilidad, la alegría con la que te atienden y lo serviciales que se muestran.
Lo habitual es que al menos tres generaciones vivan bajo el mismo techo. No existen las guarderías como las conocemos: son las abuelas las que normalmente se ocupan de los niños cuando sus madres se reincorporan al trabajo. Tras el nacimiento de un hijo, estas disponen de un año de permiso de maternidad, prorrogable durante tres meses más si por cualquier motivo, el niño no se adapta a estar sin ellas. También los padres pueden ejercer dicho derecho, siempre que la madre trabaje. A ninguna empresa se le ocurriría dejar de contratar a una mujer porque puede embarazarse (así lo dicen ellos). Se le caería el pelo.
Os pongo un ejemplo sobre una de las maneras de conseguir una vivienda. Uno de los principales grupos turísticos de Cuba ofrece a sus trabajadores la posibilidad de obtenerla, al tiempo que fideliza sus servicios. La persona en cuestión ha de trabajar con ellos cinco años, después de los que recibe una vivienda por la que deberá pagar una renta de 17000 pesos durante 20 años, unos 400 euros en total. Pasado este tiempo, la vivienda pasa a ser de su propiedad.
Hay otros modos de ganarse la vida. Una persona que sepa cocinar puede poner un restaurante (paladar) en su casa, por ejemplo. O si le gustan los niños, una guardería. No es necesario tener un título que avale sus habilidades o capacitación. Se dan de alta, pagan sus impuestos al estado y a trabajar. Eso sí: mucho cuidado en no cumplir con las normativas de sanidad, o con un maltrato verbal a un niño o cualquier irregularidad. En cuanto las autoridades reciban una alerta de este tipo, actúan de inmediato, multando, retirando los permisos para dichos negocios o dictando penas de prisión.
Por lo visto, según varias opiniones, no existe la discriminación por raza, género, orientación sexual ni religión. No solo no existe sino que está perseguida y penada, así como cualquier mal trato a la mujer, infancia, tercera edad o discapacitados. Estos reciben una pensión, bastante pobre al parecer, que si el sueldo ya es bajo, no sé cómo será de exigua. Son las familias las que se ocupan de ellos, contando siempre con la solidaridad y buena disposición del vecindario.
Parte de la población es católica, lo cual no dejó de sorprenderme. Hay algunas iglesias dedicadas al culto (como una que tiene no sé cuántos altares de oro de no sé cuántos quilates… ahí queda). El resto, como monumento, se emplea en otras actividades. También existe la santería, pero al final no conseguí que me hablaran de esta práctica.
Cada familia recibe una canasta básica a la semana, atendiendo a su cartilla de racionamiento. Está compuesta de algunos alimentos que no me parecieron excesivamente básicos pero que sin duda para ellos son vitales. Si hay niños, incorpora algo de leche, algunas compotas. Me reconocieron que su contenido es cada vez más pobre. Para ellos, la carne de res, por ejemplo, es prohibitiva, y solo la comen en muy contadas y especiales ocasiones.
La falta de provisiones en las tiendas para la ciudadanía es flagrante. Lo que más piden por las calles hasta lo que pude ver, y siempre desde el respeto, es jabón. Sé que también piden ropa interior, gafas y bolsas de cualquier tipo. Nadie me pidió dinero, nadie en absoluto. No hay perfumerías. No vi a ningún Cubano fumando o bebiendo.
De este modo, lo que para nosotros es un consumible al que no damos ni la menor importancia, para ellos es un lujo: jabón, ya he dicho, pasta de dientes, colonia, los zapatos son carísimos. Os digo algo: ¿por qué careciendo de productos básicos de higiene, ningún Cubano de los que conocí o con quienes me crucé olía mal? No puedo decir lo mismo de algunos españoles…
Como persona ciega destaco la naturalidad con la que me trataron. Cierto es que se sorprendían y que algunas veces no sabían cómo actuar, pero tras la primera indecisión, ningún problema. En las tiendas me lo dejaban tocar todo sin reparos, también en los puestos callejeros para turistas. He de decir que no debe de ser nada fácil moverse por ciudades como La Habana donde las aceras están hechas una pena. Pero estoy convencida de que cualquier persona ayudaría a turistas ciegos que viajaran solos, que les acompañarían incondicionalmente e incluso les meterían en sus casas para atenderlos bien. Perdón… débiles visuales.