A Tuc le gustaba el café, mucho, muchísimo, con locura. Su fidelidad hacia el brebaje rayaba la obsesión, y la devoción por su cafetera, la religiosidad.
Encontrarse un día sin comida en la nevera carecía de importancia; mientras tuviera cápsulas de café, el mundo estaba a salvo,y ella, también. Y las compraba por docenas, cajas y cajas de todos los sabores e intensidades. Su cocina era una exposición de recipientes llenos de envolturas de colores. Con una taza de café en las manos, Tuc era feliz, y no solo eso, sino que parecía poder subsistir durante largos períodos sin necesitar alimento.
Dudo que lo supiera, pero en su póliza de decesos, además de música en directo durante las exequias, se contemplaba servicio de cafetera y bollería en el tanatorio. Así que cuando entré en la sala privada número cinco y me inundó un exquisito aroma a café, cuando poco después me sirvieron uno, humeante, fue como reencontrarme con Tuc en su cocina. Y sumida en un silencio de pequeños sorbos lloré, compartiendo la última taza con ella.
Seis años ya…
Marta
Que lugar tan lindo me descubrió Víctor al darme la dirección de tu blog.
En mi vida también existe una Tuc, hace 9 años que se marchó y cada vez que bebo un vaso de leche con chocolate la recuerdo. Ahora tendría 14 añitos 😭´
Gracias por escribir así, preciosísima.
Hola, Paula.
Siempre me provoca sentimientos encontrados avivar según qué emociones o despertar según qué recuerdos, pero en el fondo es lo que buscamos cuando escribimos con el corazón. Gracias por tus palabras. Te abrazo fuerte.
Olor de café, de xocolata calenta i de brou. Que atenta i bella persona la Tuc.