Yo pensaba…
Una cosa es la entrevista con un periodista, aunque lo tenga enfrente, con su fotógrafo o su cámara, y otra muy diferente, hablar delante de un determinado número de personas, mi gente, mis amigos, mi familia. He de reconocer que estaba nerviosa, incluso con un punto de miedo a bloquearme. No iba a estar sola encima de la tarima, al otro lado de la mesa y del micro. Emili Rosales, director editorial de Destino, se sentaría junto a mí y rompería el hielo. Menos mal que me tranquilizaba pensando esto… pero los nervios son como son, y van por libre.
En el primer día más caluroso del verano, el 17 de julio a las 19 h., con una humedad que pegaba la ropa al cuerpo, el pelo a la frente y los ánimos al aire acondicionado o a la corriente de aire en casa, el vestíbulo de la biblioteca Manuel de Pedrolo de San Pere de Ribes y la sala de actos ya contaban con un buen grupo de asistentes antes de nuestra llegada. Y empezaron las sorpresas, las emociones. De pronto recibía besos y abrazos de amigos a los que hacía mucho que no veía, familiares a los que no esperaba, vecinos, conocidos y no tan conocidos. Profesores del instituto de mis hijos, integrantes de un club literario, ¡incluso una amiga de la que hacía muchísimo que no sabía nada y que, por una casualidad de esas en las que no creo, escribe reseñas para uno de los blogs literarios más activos!
El mostrador del vestíbulo fue el soporte en el que ya antes de comenzar dediqué y firmé unos cuantos libros, con la íntima satisfacción de comprobar que mi redonda letra de niña de once años completamente en desuso desde hacía al menos treinta, sigue comprendiéndose.
Sabía que iba a haber bastante gente, pero la sala quedó totalmente desbordada por los que pudieron sentarse, los que aguantaron de pie… y los que no pudieron quedarse porque les fue imposible entrar.
Ese silencio expectante, esa respiración contenida. Esos aplausos después de las hermosas palabras de Emili, pronunciadas con la naturalidad que tanto le admiro. Esa voz mía que quería truncarse y que aguantaba valerosa mientras yo procuraba desgranar mis sensaciones, mi experiencia de todos estos meses y los días de promoción, mis emociones. Esa complicidad estupenda con Rosa María Prats, mi editora, a la que saqué de su anonimato en las primeras filas y que echó a volar la magia de sus palabras explicando su vivencia con el libro.
Y al final, sin poder evitarlo, la emoción pudo conmigo y los sentimientos se licuaron a través de mis ojos, felicidad y agradecimiento a partes iguales, mientras los aplausos me envolvían y sentía flotar la emoción a mi alrededor.
La cola que se formó ante la mesa, cada persona con su ejemplar para firmar, las enhorabuenas, las críticas de quienes ya habían empezado o terminado de leer. Más besos, más abrazos, más apretones.
Yo pensaba…
¿Se puede pedir algo más en un día como hoy?